Fue exactamente a las 10 y treinta de la mañana
con sol, en que la metieron al cuarto blanco y torturador, envuelta en telas y
un horroroso vestido de dormir que antes habría usado alguien más.
Se activaron maquinarias y poco a poco se le sumió
en la letárgica fantasía que duraría horas. Horas de un tiempo muerto para
ella.
Apenas un sueño logró soñar, o fueron dos o
tres, pero estos se le antojaban nébulas entumecidas, y le vinieron a la nariz
los fieles olores de eucalipto mojado tras los meses hibernos. Incluso la voz
del amante que la llamaba a susurros desgastadores entre mares, edificios y
gente que no sabe de pasiones lejanas. Hay minutos que pasaron blancos, sin
nada que exaltar. Y de la nada, le apareció la imagen de nenúfares, como los de
Monet. Celestes, húmedos, flotando en el agua. A los pocos minutos ya estaba en
un campo de trigo. En los siguientes, veía a las bailarinas de Degas moviéndose
en la escena. Mezcló imaginariamente los colores en la paleta. El amarillo de
cadmio con el azul ultramar daba bien. mientras el rosa, mezcla de blanco y
rojo púrpura, sería perfecto para la combinación que pretendía alcanzar.
Durante esas largas divagaciones de su
subconsciente, no llegaron sonidos tan extraños como el que casi a punto de estallido
le deja sorda. Un pitido horriblemente extenso, cortaba el aire como cuchillos
ensangrentados; Como si las gotas salpicasen y manchará todo lo que entre
silencio y matiz había construido momentos antes. A lo lejos el amante la
seguía llamando, cada vez se le oía más desesperado. Oscuridad, de momento a
otro, todo se torno ciego. Avanzaba tanteando pedregosas murallas, al final se
encontró con un claro, salió hacia él, vi árboles, un río... ¿Un bosque?
Fue el peor error del que siempre se arrepiente.
El amante la llamaba en la insistente lejanía, pero ella debía explorar. Se
quedó parada en medio de verdes y ocres, se desvanecía, entre el aire sus
brazos comenzaban a diluirse. A pesar de no tener ya piernas, se sostenía en lo
alto. El pitido continuaba...Segundos bastaron para que la infernal melodía
enmudeciera.
Fue exactamente al mediodía de ese día con sol,
en que cubrieron su rostro, y fue conducida por los largos y fríos pasillos a
la morgue del hospital.
Le habían dicho que era una simple intervención
en el cerebro, ni siquiera habría que cortar. Pero, se fue en medio de toda la
carnicería e inútiles esfuerzos por revivirla.
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