Y
allí estaba, extendiéndome su mano para que observara la masa que latía en
ella. Me toqué el lado izquierdo del pecho, comprobando que había un hueco.
-…E-e-
eso es mío- Tartamudee con ojos acuosos.
-
Ya no, recuerda me obsequiaste un pedazo por cada uno de mis consejos…-
-…
¡Eso no te da derecho!
-¡¿No
me da derecho?! Yo sólo estipule el precio, tú acordaste la forma de pagar ¿Qué
cosas eran importantes para ti? Ya ni lo recuerdas – Me sonrió maliciosamente,
desapareciendo bajo la cama.
A
partir de ese entonces, caminar por la calle me resultaba toda una pesadilla,
no fuera cosa que me tropezará con alguien que supiera “el secreto”; Por lo que
decidí no salir en un buen tiempo. Era invierno y el frío me adormecía junto
con esa sensación, con el recuerdo que tenía de ella, donde una parte de mi
misma me seguía sosteniendo en esa ilusión, que luego dejo de ser necesaria.
El
día que Ella y yo nos conocimos, empecé a perder mucho más que la paciencia. Al
principio me pareció una compañía agradable, hasta “tierna” si podría decirse de alguna forma; Entonces comencé
a alimentarla, a fabricarle sueños especiales, emociones incomparables. Al cabo
de unos meses comprendí que ya le había dado bastante de mí, porque ya se veía
más que definida.
Cierta
mañana desperté con el ruido de uñas rascando una superficie, y ahí estaba Ella
bajo la cama, y al tiempo que rasguñaba el suelo, mordisqueando uno de mis
zapatos, luego me miró sonriéndome de su forma particularmente horrida.
-
No sabes quien soy y no te lo diré. Pero hazte la idea que esto será para
largo…- Me soltó entre risotadas, yo no esperé y le respondí:
-¡Y
tú, hazte la idea que en cuanto encuentre la manera, te mandaré lejos!...- Ella
me sonrió, siempre sonreía ¿no sabría hacer otra cosa?.
Así
el tiempo fue pasando desde despertarse y encontrar mis zapatos mordidos hasta
ver el papel mural cayendo en gajos sobre los muebles, mientras los vecinos
golpeaban la puerta, amenazando a gritos con echarla abajo.
-…Vienen
por ti, saben lo que hiciste –Me repetía Ella una y otra vez.
-¡Déjame
en paz! –
…Llevaba
dos semanas encerrada en su departamento; Dos semanas golpeando, gritando y
destruyendo cosas. Ninguno de los vecinos entendía nada, trataron de visitarla
varias veces pero ella no les abrió. Algunos llegaron a temerle. Los más osados
una lluviosa tarde lograron entrar a fuerza de patadas y los que vieron les
dejo perplejos.
Una
escuálida mujer, semidesnuda, sucia, con quemaduras y heridas corto punzantes,
estaba agachada mirando debajo de la cama y sonreía. El hedor del ambiente era
insoportable, la maltrecha mujer apenas sintió la presencia de intrusos comenzó
a lanzarles cosas.
Cuando
pudieron reducirla entre varios, llegaron los de la ambulancia, la sedaron y sujetaron a la camilla, ya pudo
ser sacada de ese basural. Mientras se alejaban, ella observó de reojo lo que
era su casa, al tiempo que repetía:
-…Si
tú eres yo y yo soy de ti ¿Quién eres tú y qué soy yo? -
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