jueves, 19 de agosto de 2021

UN VERANO DE SOMBRÍA PIEL


Acomodé mi vacío en ti, entre astillas óseas, jirones de carne y el piso ensangrentado.
Porque me dijiste:"...Ni aunque la muerte intenté separarnos"
Y llegué corriendo, apenas me llamaste y supe que te desplomabas en el piso de la cocina. Ya era tarde cuando te encontré, tus ojos no los cerré, quedaron abiertos y mirándome como siempre me habían mirado. Me apresuré en buscar una sierra para hacerme espacio en ti, o lo que quedaba de ti. Estabas más cálido que de costumbre. Me hice un ovillo y me acomodé en tu pecho, me cubrí con la piel de tus brazos y así dormimos; Hasta que de ese lindo sueño fue despertada a zamarrones, con horror me miraban caras extrañas, uniformados y tus vecinos curiosos que siempre quisieron conocerme...
Me han traído hasta acá, veo a través de los barrotes cada mañana, observó el jardín por el cual a veces se me permite pasear. Yo espero ansiosa las noches. Tú siempre estás, me pudieron quitar tus ojos, tus brazos, pero hay cosa que no me quitaron y no quitarán jamás, lo escondí, más bien lo guardé dentro muy dentro para nuestros secretos momentos de intimidad, porque nuestro amor es eterno como dijiste y ni la muerte podría separarnos.


 

miércoles, 5 de febrero de 2020

OJOS SIN ALMA


Quiso hacerla suya, eternizarla como a una diosa. Venerarla como lo hacía todos los días, observarla en su pedestal, callada como una muerta, inmóvil como una estatua, pero irradiando esa única belleza que proporcionan los atardeceres y la pronta visión de las estrellas en la oscuridad.
Él, le había entregado su tiempo, su esfuerzo…Su vida, y ahora, ella le exigía su alma.
Desde su pedestal, lo miraba sin ver, sus ojos ya no brillaban, había perdido su esencia.
Ella que era toda ella, incluso, hasta el momento en que le arrancó las piernas para que no huyera, y la lengua para que no gritará más allá del amor que él se imaginaba le profería.
...Le regaló una última caricia y una última mirada, después la apretó con sus manos y la arrojó con fuerza por el balcón. Mientras miraba como yacía en el asfalto hecha mil pedazos entre jirones de carne y sangre...De repente, observó atentamente, y adivinó entre la multitud que la rodeaba, como esos ojos que estaban vacíos se iluminan sólo una centésima de segundo, para luego extinguirse del todo.

lunes, 16 de diciembre de 2019

LA SOMBRA DE UNA PENA


“Es de noche, otra noche,
Y ya se acercan los demonios”

No estábamos hechas de otra cosa que de dolor, y el dolor muere en las palabras, con el pecho abierto y encallecida el alma.
Sucedió aquella tarde en la que sin piedad, sin aviso y sin tiempo, esa pequeña boca que reía, comenzó a brotar sangre dejando entrever unos dientes de leche. Sus gritos fueron acallados por la lluvia y en su mente empezó a tejer un poema que no concluyó.
La piel de sus recuerdos se erizó, tembló. Estaba donde se embriaga la noche, sentía sus latidos de entonces, monstruosos, deseosos de otra sangre que no fuese la que se acumulaba sobre el húmedo pavimento.
Caminaba por aquel parque desde la tarde hasta que cayera la noche, deambulaba diariamente en busca de respuestas, o tal vez, consuelo.
Un desconocido le había arrebatado esa vida, la única vida por la que seguía con la suya.
Esos rumores a los que hizo oídos sordos, esas mujeres que andaban con el miedo a flor de piel, ésas que le quisieron hacer entrar en razón; a ésas ya no pudo verlas a los ojos.
Meses tras lo ocurrido aún continuaba lloviendo fuerte. Los árboles parecían quietos, sin embargo susurraban como si velaran a un enfermo.
Y ahí se encontraba bajo el torrente, sin palabras, sin paraguas, empapada y temblando lunas que le arrancaban muy despacio lo poco de llanto que le quedaba. Pero a pesar de esto, sus pasos la encaminaron a esa casa frente al parque de juegos donde tiempo atrás le fueran arrebatadas las entrañas, y sus muslos se pintarán de rojo carmín por segunda vez, pero ésta, fue de un color más furioso. Y quiso volverse ovillo en cualquier lugar oscuro de esas calles que eran un laberinto de silencio.
El viento le trajo aromas que pensó muertos, y fue ahí cuando se decidió en actuar, ya portaba la guadaña disfrazada de soledad.
Suavemente se adormeció para seguir soñando en lo pútrido de sí misma. Un columpio quieto en un parque vacío, lluvia, algunos curiosos, una ambulancia histérica, mucha lluvia, silencio, y muchos kilómetros más allá, una habitación infantil que comenzaba a cubrirse de sombras.
Lo había visto deambular por el segundo piso, lo vigilaba cada noche, con el grito atorado en la garganta, con la ira paseando por sus venas. Aquella era la noche y la hora perfecta para arrancarle el corazón. Él se le había vuelto una obsesión. Por su culpa ya no quedaba nada de lo que ella había sido, era un despojo, una versión triste de sí misma, restos de la persona que en vida era. Se había convertido en la sombra de una pena.
Era tiempo de fortalecer las piernas y echar andar con ímpetu a ese lugar donde se cruzan los caminos y siempre regresa el enemigo. Pero aquel muro era tan grueso que ningún sonido podría atravesarlo, ni siquiera el dolor de sus súplicas, y así ¿cómo podría sobrevivir al naufragio que había llegado a su corazón?
El ruido de sus pensamientos era tan fuerte que hacía sangrar sus oídos; estuvo contando los días y semanas pero éstos se hicieron nada en el fondo de su reflejo que le hablaba como el rumor del agua, lo que marcó un antes y un después.
“Pequeña muerta ¿a quién reclamas tus alas extraviadas?” Se repitió al tiempo que abría la oxidada reja que daba al antejardín. Y allí estaba entre tanta lluvia, esperándose, para devolverse todos los sueños que se le cayeron, paso a paso. ¿Quién le había robado todas esas sonrisas, quién le había quitado las miradas de su niña dulce?
Y así casi a escondidas por velas consumidas entre madrugada y madrugada, se acercó al objetivo con una pálida sonrisa. Éste, le daba la espalda mientras se le observaba inmerso en la tarea de afilar un cuchillo.
Ella sin pensarlo dos veces le hundió el atizador en los riñones, el corpulento desconocido se volteó con un grito ronco, y alcanzó a asestarle una puñalada en el estómago. Se le empaño la visión del lugar al que quería llegar, a ratos se sintió fuera de su cuerpo, pero con las mismas ansias de lucha que en un principio. Y no hubo tiempo para el asco, tuvo la frialdad de revisar minuciosamente la escena; el desconocido se tambaleaba, eso sería una ventaja a la hora de la escapatoria.
Pero cayó sobre ella, riendo, y ahora el panorama se le volvió tan repulsivo. Necesitaba sacudirse del espanto aquel, salir y matar a las voces, entonces le arañó la cara y hurgo con furia en la herida por la que se le escapaba la vida. El desconocido le espetó una carcajada esperpéntica en plena cara y ella comenzó a despedirse de sus fantasmas queridos. Se adormecía.
La noche era tan densa como el destino tan hostil, las calles y los rostros dejaron de tener nombre y la carne se le convirtió en poema, mientras las historias tejidas entre sus dedos se le desbordaban por una exánime garganta. El corazón se le incendió y ya olía la tristeza del aire sin luz; rasguñando en su memoria dio con su niña nebulosa, la pronunció con todos los pétalos de su piel. La vio llorar e intentando consolarla atravesó la pared que las separaba, y allí comprendió que la muerta era ella.
Aquel verano fue invierno y sólo duro poco tiempo, porque la justicia es ciega y sorda…Y ya esas voces que se cruzaban emergiendo de la inalterable paranoia de mirar cada costado, cada esquina o acera, se fueron disipando con el fuertísimo olor que provenía de la casona frente al parque de juegos, donde fueron descubiertos dos cuerpos en plena descomposición, ambos estampados en un grito de guerra.

miércoles, 11 de diciembre de 2019

DESAMOR


Predije mi muerte un 14 de Febrero frente a un espejo que me devolvía un gesto opaco. Ya no habían huesos en mí, ni carne con que los recubriera, y al fondo de las cuencas que antes llamé ojos, existía un indicio de súplica, invocando e invocando...

Acción rápida la de despojarme de toda mi ropa y sin más, fundirme con el cristal hasta permanecer inerte; Ya, dentro, pude observar a otros aquejados de lo mismo que yo, repitiendo el sacarse la ropa y hasta algunos la piel, y así introducirse poco a poco en el espejo, mimetizándose del todo.
Pero hubo un murmullo, una sinfonía distinta, una voz que se acompasaba en un traqueteo de huesos y entre esto recordé una canción que quizás había escuchado antes, cuando era un punto incapaz de discernir siquiera en una milésima parte lo que dejaría de ser.
Sin tener voluntad, poco a poco fui taradeando ese ritmo hipnotizante, así comencé a sentir mis manos y pies, en un segundo ya estaba nuevamente del otro lado del espejo, desnuda, abandonada, vomitada por la fría textura. Me acerqué a mi otra imagen y vi los ojos vacíos, sin destellos.
Entonces comprendí, que todas las almas que habitaban entre mis carnes mortales, se las había llevado el tiempo.

ANTES QUE EL VIENTO SACUDA MIS HUESOS


Tenía frío pero no podía parar, debía seguir caminando a pesar que el pavimento le hiriera los pies desnudos, iba rumbo a recuperar sus palabras, sueños, miedos y cuerpo de una vez, a reconstruirse.

Ya había sido demasiado tiempo tomándola a su antojo con violencia y desgana, porque "ella no era nada...era menos que nada", lo que siempre le decía muy cerca, a gritos.
Esa noche había logrado cortar los hilos que lo comunicaban con sus miembros. Con saña había logrado mantener firme el cuchillo de cocina y hundirlo varias veces en su pecho; Dormía, borracho...y luego, durmió muerto.
En la oscuridad avanzó a tropezones, internándose entre las zarzas de un espino, con el vestido salpicado de manchas marrones...Y en el silencio seguía escuchando esa voz "¿quién va a quererte, así como eres? solamente yo"...Pero esa vez, no cayó de rodillas ni se resignó a que la puerta volviera a cerrarse.

jueves, 16 de mayo de 2019

LAS LÁGRIMAS QUE SALTAN DESDE LO INFINITO


"...Avivando al límite postreros ardores
Serán dos antorchas ambos corazones
Que, indistintas luces, se reflejarán
En nuestras dos almas, un día gemelas"
(La muerte de los amantes: Charles Baudelaire)

Mis dedos se enredaban en ese mar de fierros, mis ojos tratando de buscarte, mis gemidos cada vez más débiles se unieron a tu respirar que sentía por algún lugar cercano.

No decías palabra y eso me desesperaba, hace minutos atrás me hablaste de todo un poco. Hace minutos, justo cuando me miraste y me tocaste la mejilla con tu derecha y la otra en el volante, en ese instante, la sombra atroz de las circunstancias se nos vino encima. Una monstruosa máquina de carga nos redujo a amantes torturados, prisioneros entre latas.

Al fin tocaba algo parecido a tu mano, la agarré con fuerza al tiempo que trataba de sacudirte y obtener respuesta, cualquiera, sólo respuesta. De mis ojos se desprendió la lágrima del deseo perdido. Ya no respirabas, no hubo necesidad de comprobarlo, sentí tu despedida, tu beso tibio.

Tardaron casi una eternidad en aparecer con ayuda, cuando al fin pudieron despejar los escombros, se encontraron con aquel escenario. Las manos unidas en un triste intento por rescatarse mutuamente, los amantes habían desparecido. Uno primero, el otro más tarde…La escena era dantesca, sangre, carnes abiertas. Pero dentro de todo eso, se adivinaba el latir que en vida se habían entregado aquellos, ésos a los que hoy, pasajeros que transitan cerca de la carretera les rinden culto con velas y oraciones silenciosas, a la animita que en otros tiempos erigieron en señal de ese amor eterno.

martes, 14 de mayo de 2019

NOCHES DE BLANCO PAVOR




“Quizás comprendiste ya que los fantasmas
son invisibles porque los llevamos dentro”
(Marguerite Yourcenar)


Allá en la noche crecían ojos, mientras las calles apenas me soportaban, mientras me recortaban los bordes, y fue ese dolor que me trajo de vuelta a mi vida transparente, con las piernas hundidas en el barro y los dientes rotos.
“…Y los golpes me mezclaron los recuerdos, donde todo era espeso y mugriento en aquel rincón de la casa oscura, donde también el silencio deformaba mis pasos que se oían huecos. Desconocía del cómo había llegado allí, maldije mi memoria.”
Era noche de luna, y seguía temblando mientras el barro se me secaba en el cuerpo, la sangre que chorreaba de mi boca se había convertido en una costra molesta, y me repetía a mi misma a modo de tranquilizarme “sigo aquí, sigo aquí…” Saliendo de mi estupor me obligue con violencia a recuperar el aliento en ruidosos e histéricos resuellos, a limpiarme los ojos tan llenos de sombras. Las luces de la ciudad estaban lejos, muy lejos, y no lograba distinguir el camino de vuelta.
Me dije que era un juego, mientras era conducida de forma inexorable al laberinto de mi angustia; “Sigo aquí, sigo aquí”, se tranquiliza.
“…Una mujer me miraba desde el otro lado del pasillo, una mujer desconocida, la ampolleta que colgaba de una viga del techo, parpadeaba y a ratos, me dejaba adivinar las formas de aquella imagen de belleza maldita. Esos ojos parecían dos espejos sin fondo, y sus cabellos rojos eran removidos con la nocturna brisa invernal que se colaba por las rendijas de la pared. Mi mente se encendió, y pude darse cuenta donde me encontraba. Había escuchado tantas historias que se tejían en torno a ese lugar, la bella, antigua y desmembrada casona en las afueras de la ciudad, empotrada en medio del bosque, a kilómetros de la carretera.”
Olía muerte, a su muerte. “Sigo aquí, sigo aquí”, me tranquilizo. El frío me había entumecido y me daba malestares a destiempo, miré el cielo mientras ese viento de madrugada corría la luna de su lugar, parecía una noche que pedía clemencia, pero no la otorgaba. Olía a dolor, a vacío, a nada. Otra pregunta brotó de mis labios secos, “¿el amanecer me encontrará despierta, me encontrará viva?”. Inmóvil me mantuve unos minutos, comenzaba a llover nuevamente.
“…No había luz que mejor la recortará, ¡¿dónde estás hoy, detrás de qué pared puedo encontrarte?! Grite mientras manoteaba el silencio. Una tallada puerta de madera que se incrustaba en la parte frontal, ¡por ahí había entrado!, y ahora podía verlo con claridad en los espejos de mi memoria. Lloré, arrodillada, con las manos y la cara pegadas al suelo.”
Soñaba otra vez, pero al abrir los ojos volvían los gritos sin consuelo; aún trataba de encontrar el camino al hogar, aún trataba de adivinar algo en ese paisaje callado. Mis dientes rechinaron ausencia de rabia “¿Qué hago aquí, cuándo voy a morir?”. Una brisa helada comenzó a trepar viscosa por mis piernas desnudas y heridas, di un salto, la brisa se retiró. La extraña quietud del lugar empezó a hacerse latente, había un olor púrpura en el aire, metálico.
“…Con dificultad pude avanzar unos cuantos pasos, y ahora aquella mujer, era figura pasmosa, fantasmal sin consistencia, me arriesgue, necesitaba saber quién, por qué y para qué. Cuántas veces había esquivado esa casa por miedo a tropezarme con los espantos que decían allí, habitaban. Un espanto, eso es, me dije sonriendo. Pero en el fondo de mi corazón, la respuesta era otra.
No era primera vez que se me interponía en el camino, ni tampoco lugar exclusivo; Ya la había descubierto de niña, entre las sombras de mi habitación consumida en lo eterno de mis latidos, de las mejillas insensibles por los castigos de mi madre. Ya había sentido la fría caricia con que mi piel se erizaba, y con mis pupilas inyectadas de vacío, por fin le contaba a nadie lo que me dolía.
Una carcajada me hizo temblar, así me di cuenta que alguien me estaba soñando.”
Había caído derrotada por la noche, y ahora me arrastraba por las piedras con una sensación de libertad, de ridícula libertad. Anhelaba las brumas mañaneras pero el tiempo descansaba como un animal muerto, nada me había resultado tan lejano nunca. La noche me había atrapado entre demonios, tan muertos como si nunca hubiesen amado pero a la vez tan amados como el odio mismo. El corazón me latía lento, muy lento, y aún no podía escapar de esa trampa. Brotó el llanto profundo, y supe que era el alma que se me escapaba por los ojos. Las manos se me desarmaron frente a un furioso viento y es tanta la pena que no vale ni el instante en que respiro, la distancia me astilla y el funesto ataque no se hizo esperar.
“…El fantasma me tenía atrapada en un abrazo mortal, mientras me ofrecía sus labios con voluptuosidad, y ese beso empezó a transformarse en una sentencia de muerte para mí. Y en medio de mi agonía horrible y eterna, detrás del espectro pude distinguir unos brillantes ojos que me hablaron del horror y de todo el encierro que en esa figura fantasmal existía. Ella era un pasillo repleto de puertas y había abierto la equivocada, hace años de eso.
Noches de blanco pavor, una tras otra, que representaron mi espectáculo de aullidos, en un pasado que estaba muerto y todo en el estaba muerto. Y se da cuenta, más bien, es ese olor lo que evita que se le borre ese viejo recuerdo, esa vieja película, en que las dos pasábamos las tardes entre vientos y lloviznas, columpiándonos en el jardín, corriendo a pies descalzos sobre la húmeda hierba; Tarde para saber que habitábamos en la oscuridad más profunda.”
Y el funesto ataque no se hizo esperar, una pelea cruel y encarnizada. La vida se me escapaba poco a poco por la brutal herida que recibí. Tengo en mí tantos colores, colores que se van apagando en esta espesa y desesperante oscuridad que con delirio comienza a besarme. Levanté mi mirada vidriosa, y pude ver a un ser deforme que se me acercaba gateando de manera grotesca, ya a pocos metros, se irguió tomando nueva forma.
Se acercó a mi cuerpo malherido y me sostuvo entre sus pálidos brazos, hace rato ya, que el dolor intenso me asfixiaba como látigo y había terminado por convertirse en entumecimiento y sopor. “¿Cómo se vuelve del adiós?, preguntó con voz celestial y cantarina, la que luego se torno en un horrible alarido que destrozó el paisaje, lo pintoresco (lo poco pintoresco) del lugar. “Seremos carne de la nostalgia y no ha de importarnos, es un alivio haber vivido tantos años para llegar a este instante” le respondí en un susurro, parecido al aliento de esos pájaros que no vuelan ni vuelven.
“Me resbalé de sus manos y caí a sus pies, con los ojos hundidos en un pozo que me tragaba, caí como la sombra de una pena. Aulló su abandono, mientras observaba como ese sueño sin cumplir se desangraba ante los ojos de su dueña. ¿Qué sabía yo que ella no, qué secreto nos pertenecía? No existía como ella, no existía, pero estaba allí, la había visto, me había visto, porque habíamos cruzado delante de un espejo en el oscuro corredor de nuestra casona olvidada.

Antes que el viento sacudiera nuestros huesos, nos encaminamos al bosque, en donde sólo el silencio de una silueta se marchaba para siempre”.