“Quizás comprendiste ya que los fantasmas
son invisibles porque los llevamos dentro”
(Marguerite Yourcenar)
Allá
en la noche crecían ojos, mientras las calles apenas me soportaban, mientras me
recortaban los bordes, y fue ese dolor que me trajo de vuelta a mi vida
transparente, con las piernas hundidas en el barro y los dientes rotos.
“…Y los golpes me mezclaron los
recuerdos, donde todo era espeso y mugriento en aquel rincón de la casa oscura,
donde también el silencio deformaba mis pasos que se oían huecos. Desconocía
del cómo había llegado allí, maldije mi memoria.”
Era
noche de luna, y seguía temblando mientras el barro se me secaba en el cuerpo,
la sangre que chorreaba de mi boca se había convertido en una costra molesta, y
me repetía a mi misma a modo de tranquilizarme “sigo aquí, sigo aquí…” Saliendo
de mi estupor me obligue con violencia a recuperar el aliento en ruidosos e histéricos
resuellos, a limpiarme los ojos tan llenos de sombras. Las luces de la ciudad
estaban lejos, muy lejos, y no lograba distinguir el camino de vuelta.
Me
dije que era un juego, mientras era conducida de forma inexorable al laberinto
de mi angustia; “Sigo aquí, sigo aquí”, se tranquiliza.
“…Una mujer me miraba desde el otro lado del
pasillo, una mujer desconocida, la ampolleta que colgaba de una viga del techo,
parpadeaba y a ratos, me dejaba adivinar las formas de aquella imagen de
belleza maldita. Esos ojos parecían dos espejos sin fondo, y sus cabellos rojos
eran removidos con la nocturna brisa invernal que se colaba por las rendijas de
la pared. Mi mente se encendió, y pude darse cuenta donde me encontraba. Había
escuchado tantas historias que se tejían en torno a ese lugar, la bella, antigua
y desmembrada casona en las afueras de la ciudad, empotrada en medio del
bosque, a kilómetros de la carretera.”
Olía
muerte, a su muerte. “Sigo aquí, sigo aquí”, me tranquilizo. El frío me había
entumecido y me daba malestares a destiempo, miré el cielo mientras ese viento
de madrugada corría la luna de su lugar, parecía una noche que pedía clemencia,
pero no la otorgaba. Olía a dolor, a vacío, a nada. Otra pregunta brotó de mis
labios secos, “¿el amanecer me encontrará despierta, me encontrará viva?”.
Inmóvil me mantuve unos minutos, comenzaba a llover nuevamente.
“…No había luz que mejor la
recortará, ¡¿dónde estás hoy, detrás de qué pared puedo encontrarte?! Grite
mientras manoteaba el silencio. Una tallada puerta de madera que se incrustaba
en la parte frontal, ¡por ahí había entrado!, y ahora podía verlo con claridad
en los espejos de mi memoria. Lloré, arrodillada, con las manos y la cara
pegadas al suelo.”
Soñaba
otra vez, pero al abrir los ojos volvían los gritos sin consuelo; aún trataba
de encontrar el camino al hogar, aún trataba de adivinar algo en ese paisaje
callado. Mis dientes rechinaron ausencia de rabia “¿Qué hago aquí, cuándo voy a
morir?”. Una brisa helada comenzó a trepar viscosa por mis piernas desnudas y
heridas, di un salto, la brisa se retiró. La extraña quietud del lugar empezó a
hacerse latente, había un olor púrpura en el aire, metálico.
“…Con dificultad pude
avanzar unos cuantos pasos, y ahora aquella mujer, era figura pasmosa,
fantasmal sin consistencia, me arriesgue, necesitaba saber quién, por qué y
para qué. Cuántas veces había esquivado esa casa por miedo a tropezarme con los
espantos que decían allí, habitaban. Un espanto, eso es, me dije sonriendo.
Pero en el fondo de mi corazón, la respuesta era otra.
No era primera vez que se
me interponía en el camino, ni tampoco lugar exclusivo; Ya la había descubierto
de niña, entre las sombras de mi habitación consumida en lo eterno de mis
latidos, de las mejillas insensibles por los castigos de mi madre. Ya había sentido
la fría caricia con que mi piel se erizaba, y con mis pupilas inyectadas de
vacío, por fin le contaba a nadie lo que me dolía.
Una carcajada me hizo temblar, así me
di cuenta que alguien me estaba soñando.”
Había
caído derrotada por la noche, y ahora me arrastraba por las piedras con una
sensación de libertad, de ridícula libertad. Anhelaba las brumas mañaneras pero
el tiempo descansaba como un animal muerto, nada me había resultado tan lejano
nunca. La noche me había atrapado entre demonios, tan muertos como si nunca
hubiesen amado pero a la vez tan amados como el odio mismo. El corazón me latía
lento, muy lento, y aún no podía escapar de esa trampa. Brotó el llanto
profundo, y supe que era el alma que se me escapaba por los ojos. Las manos se
me desarmaron frente a un furioso viento y es tanta la pena que no vale ni el
instante en que respiro, la distancia me astilla y el funesto ataque no se hizo
esperar.
“…El fantasma me tenía
atrapada en un abrazo mortal, mientras me ofrecía sus labios con voluptuosidad,
y ese beso empezó a transformarse en una sentencia de muerte para mí. Y en
medio de mi agonía horrible y eterna, detrás del espectro pude distinguir unos
brillantes ojos que me hablaron del horror y de todo el encierro que en esa
figura fantasmal existía. Ella era un pasillo repleto de puertas y había
abierto la equivocada, hace años de eso.
Noches de blanco pavor, una tras
otra, que representaron mi espectáculo de aullidos, en un pasado que estaba
muerto y todo en el estaba muerto. Y se da cuenta, más bien, es ese olor lo que
evita que se le borre ese viejo recuerdo, esa vieja película, en que las dos
pasábamos las tardes entre vientos y lloviznas, columpiándonos en el jardín,
corriendo a pies descalzos sobre la húmeda hierba; Tarde para saber que
habitábamos en la oscuridad más profunda.”
Y
el funesto ataque no se hizo esperar, una pelea cruel y encarnizada. La vida se
me escapaba poco a poco por la brutal herida que recibí. Tengo en mí tantos
colores, colores que se van apagando en esta espesa y desesperante oscuridad
que con delirio comienza a besarme. Levanté mi mirada vidriosa, y pude ver a un
ser deforme que se me acercaba gateando de manera grotesca, ya a pocos metros,
se irguió tomando nueva forma.
Se
acercó a mi cuerpo malherido y me sostuvo entre sus pálidos brazos, hace rato
ya, que el dolor intenso me asfixiaba como látigo y había terminado por
convertirse en entumecimiento y sopor. “¿Cómo se vuelve del adiós?, preguntó
con voz celestial y cantarina, la que luego se torno en un horrible alarido que
destrozó el paisaje, lo pintoresco (lo poco pintoresco) del lugar. “Seremos
carne de la nostalgia y no ha de importarnos, es un alivio haber vivido tantos
años para llegar a este instante” le respondí en un susurro, parecido al
aliento de esos pájaros que no vuelan ni vuelven.
“Me resbalé de sus manos
y caí a sus pies, con los ojos hundidos en un pozo que me tragaba, caí como la
sombra de una pena. Aulló su abandono, mientras observaba como ese sueño sin
cumplir se desangraba ante los ojos de su dueña. ¿Qué sabía yo que ella no, qué
secreto nos pertenecía? No existía como ella, no existía, pero estaba allí, la
había visto, me había visto, porque habíamos cruzado delante de un espejo en el
oscuro corredor de nuestra casona olvidada.
Antes que el viento
sacudiera nuestros huesos, nos encaminamos al bosque, en donde sólo el silencio
de una silueta se marchaba para siempre”.
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