Estaba cansado y con la
expresión de siempre. ¿Cuánto llevaba así, consumiéndose en la certeza del
sinsentido de este juego?
Entró al baño, se miró al
espejo, y ahí estaba el mismo rostro devolviéndole la mirada; Compañeros inseparables,
su reflejo y él, mostrándose entre compasión y burla.
Con precisión en sus
movimientos y las manos y después la cara –quería estar presentable para el
último acto de la función-.
Vagando sin aliento por
su propia mente, cayó al precipicio de su nostalgia, y en esa fría y silenciosa
noche, olvidándose de la distancia, decidió convertirse en el fantasma de sus
recuerdos, enredándose entre palabras carmesí, nunca se sintió más vivo que
cuando ya se le cerraban los ojos y despertaba en su única realidad: la de los
muertos.
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