lunes, 7 de julio de 2014

SER CANELA




I
Y esta historia comienza con el simple hecho que era una criatura, y la criatura creció...
Pero a las criaturas no se les trata de esa manera.
Me llamaba Evelina, nunca conocí a mis padres, me contaban que éstos habían muerto en un accidente. Desde niña fui tímida, no tenía amigos en donde vivía y siempre me veían jugar sola.
Había algo en mi carácter que asustaba a ciertas personas, quizás mi forma de mirar, mejor dicho de observar y analizar las cosas que me rodeaban. Esto a mí no parecía importarme mucho, a pesar de todo, siempre se me veía feliz. Pero cierto día esa felicidad mutó a tristeza, de la noche a la mañana fui otra.
Con mi mirada vacía, sin brillo y perdida. Tenía 10 años, pero parecía de 60.
Y nunca, ninguna de las personas que me conocían, supieron la verdad. No creo que se dieran por enterados, no creo que haya habido tal confabulación aberrante, por así decirlo.
Todo comenzó un otoño, los primeros días en que aún quedan hojas verdes pendiendo de las ramas. Creo que esa vez también fue la llegada de mi otoño.
Yo sólo recuerdo, esas manos fuertes que me ahogaban, yo sólo recuerdo la luz  pasando de a pedazos entre las roídas tablas del techo, y unos cuántos bichitos alados volando a mi alrededor. Creo que el dolor desapareció a la media hora, pero aún el alimento de los caballos estaba húmedo y rojo. Me levante como pude, tambaleándome, y con unas horribles ganas de vomitar. A lo lejos se lo divisaba, cargando cajas a una camioneta destartalada. Y entre mis lágrimas pude observar como sonreía el muy maldito.
Pero no le basto con eso, días más tarde volvió a hacerme observar bichitos alados y la luz de a pedazos. Y así sucesivamente por unas semanas. Luego llegaron los golpes, con cualquier cosa que tuviera a la mano, mi piel ya no era mi piel, y en esos momentos yo prefería desprenderme de mi cuerpo, y volar junto con los bichitos para que ellos me mostrarán su hogar.
En las noches cuando estaba segura que aquel ser roncaba, yo corría campo adentro y me perdía entre sembradíos y animales durmiendo, y lloraba, lloraba lo más fuerte que podía. Muchas veces me quedé dormida acurrucada al lado del ganado. Al día siguiente esa pena que me invadía por momentos, desaparecía, pero el cansancio llegaba en su máxima expresión.
Una vez me atreví en decirle: "¡Basta, ya no, me duele!, y ya no recuerdo nada más, creo que me golpeó tan fuerte que dormí por horas, porque al despertar tenía el vestido pegoteado a las piernas.
Yo era la encargada de cocinar, por lo que tenía muchos cuchillos a mi disposición. Guarde uno entre mis ropas por si en cualquier momento lo necesitará. Y así fue, esa noche, y a la edad de 14 años, me convertí en una asesina.
"¡Ya no podrás tocarme!" le gritaba enajenada, mientras lo apuñalaba una y otra vez en la cara, y me detuve cuando ya de él, quedó una masa sanguinolenta e irreconocible. Le solté el cuchillo en pleno pecho, esbocé mi sonrisa y me largué de ese lugar para ya no regresar.

II
Caminé por días, sin ver un alma, pero respiraba de lo más tranquila, y hasta cantaba. No recordaba que supiera cantar.
Aún no llegaban las lluvias, a mí me acomodaba, porque no tenía lugar seguro donde resguardarme en caso de que eso ocurriera.
Y aquella fue la tarde, en que todo cambió, la tarde en que supe como se sentía un abrazo suave y cálido, yo que sólo conocía de apretones, patadas y los horribles gemidos con aliento a cerveza.
Esa tarde conocí a Blas, chiquillo con alma de loco, pero a sus 17 años todo lo que me dio fue dulzura tras dulzura. Pasaron semanas en las que sólo necesitábamos el uno del otro, pasamos por varios pueblos, conocimos a mucha gente, algunas muy hospitalarias, otras no tanto; Pero eso no nos importaba, lo único importante en ese momento era que nos teníamos.
Pero la forma en que Blas  me quería era muy distinta a mi forma de quererlo a él. Una noche, bebió demasiado, yo también estaba bebida, pero él perdió los estribos. Y todo comenzó porque no quise besarlo, se volvió una fiera y me gritó cuánta cosa le vino a la cabeza: "¡Eres una simple y tonta ramera, nunca debí recogerte del suelo de esa carretera, pero en ese entonces no eras una basura!. Yo, inmutable, sólo escuchaba hasta que llegó el golpe de puños en plena cara, caí de espaldas,  cubriéndome la mejilla sangrante traté de gatear al otro extremo de la habitación pero Blas me alcanzó, me levantó del pelo y me tiró contra la pared, alcancé a ver como se preparaba para sacarse el cinturón con esa hebilla tan pesada que tenía. "Me va a matar" me dije, cerrando los ojos y lista para lo que viniera, pero ya tantos golpes y cosas peores recibidas en el pasado no hicieron que en mí aflorará el miedo. Sólo estaba impaciente y quería que todo aquello terminara ya.
Se encontraba a pocos pasos de mí, cuando me miró directo a los ojos y me gritó en plena cara que me largará que ya no estaba dispuesto a cargar con una chiquilla necia como yo.
Agarré mis pocas cosas que estaban esparcidas por el suelo y no paré de correr hasta que no supe donde estaba. me desplomé y caí de rodillas sobre la hierba húmeda, y lloré, creo que era lo único que sabía hacer en momentos así, llorar. Y mis lágrimas no eran por ese amor profesado por el tal Blas, lloraba por mi estupidez. El maldito de mi niñez y Blas no significaban nada para mí, diré que lamentablemente gracias a ellos aprendí a no aferrarme a nadie, si se me veía feliz, era sólo por el momento, ya que tenía muy claro que todo tiene que terminar.

III
Y aquí, en esta parte de la historia, me detengo un momento para despedirme, ya que después me será muy difícil.
Yo no sé cómo ni dónde me encontró, en que condiciones estaría que me deje arrastrar. Sólo sé que cuando pude darme cuenta estaba desnuda y amarrada a un viejo catre, en una asquerosa habitación con olor a musgo. Amarrada pero no amordazada, pude gritar pero fue inútil nadie escuchó, nadie. Y de repente lo vi acercarse por la puerta blandiendo un delgado cuchillo en su mano enguantada, me removí tratando de soltar amarras, pero fue imposible. Se acercaba mostrándome los dientes amarillos, surcando arrugas bajo esos ojos negros, y los pocos cabellos canos se agitaron con una leve brisa que se coló por la pared.
- No temas, no sufrirás mucho, esto será rápido... - Miles de imágenes salieron disparadas de un baúl que estaba dentro de mi cabeza, tras una puerta con el letrero: Memoria.
Blanco y negro, pocas en sepia, siempre escuché que los recuerdos en sepia son los bellos.
Sentí algo frío hundirse en mi abdomen y luego seguir en dirección hacia arriba, y adivine que me estaba abriendo de lado a lado, un líquido tibio corrió por mis costillas y fue absorbido por los mugrientos trapos en los que me había depositado.
Sentí que me iba, que tenía sueño, y no podía soportarlo, sentí que me iba, que me estaba yendo y descendía poco a poco. Me fui en un sueño, lo más hermoso que me había pasado hasta el momento.
Me encontraron a las 2 semanas después rodeada de moscas, y gusanos comiéndose mi carne que comenzaba a podrirse. Y me tiraron a un hoyo en la tierra sin ninguna pista de quien fui.

Olvidada llegué y olvidada me fui.
Y desde aquí les conté mi historia. Ya han pasado años y aún creo que tengo esa capacidad de desprenderme y volar.

sábado, 5 de julio de 2014

DOS RAPTOS Y UNA LUZ



Vio que tan fácil era salir de ella misma, pero eso no fue por fuerza propia, fue llevada a juicio y torturada, según lo imponían ciertas reglas.
Al principio, fue espantoso, con todas esas agujas clavándose debajo de sus uñas, esas puñaladas en las piernas y golpes en las costillas, y justo en ese momento fue en que ella adquirió esa capacidad, esa necesidad de volar, de soltar su yo terrenal, esa vestimenta que era sólo eso, vestimenta ya muy gastada.
Desde arriba podía observarse, retorciéndose y con la cara llorosa, amarrada como se amarra al ganado, desnuda y cubierta de sudorosa sangre.
Que más daba, que siguieran infringiéndole estocadas y golpes secos, que más daba si ya no era ella, al menos durante esos instantes que se hacían eternos.
Y para eternidad, ella ya flotaba, ya sabía planear.