Vio que tan
fácil era salir de ella misma, pero eso no fue por fuerza propia, fue llevada a
juicio y torturada, según lo imponían ciertas reglas.
Al
principio, fue espantoso, con todas esas agujas clavándose debajo de sus uñas,
esas puñaladas en las piernas y golpes en las costillas, y justo en ese momento
fue en que ella adquirió esa capacidad, esa necesidad de volar, de soltar su yo
terrenal, esa vestimenta que era sólo eso, vestimenta ya muy gastada.
Desde
arriba podía observarse, retorciéndose y con la cara llorosa, amarrada como se
amarra al ganado, desnuda y cubierta de sudorosa sangre.
Que más
daba, que siguieran infringiéndole estocadas y golpes secos, que más daba si ya
no era ella, al menos durante esos instantes que se hacían eternos.
Y para eternidad, ella ya flotaba, ya sabía
planear.
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