miércoles, 29 de noviembre de 2017

PIEL ES NOCHE



Había una necesidad muda y suplicante, un ansia de superar de algún modo tu muerte. Al parecer, no podía dejar de mantenerte en mi memoria. Pensaba que mis recuerdos acabarían por volverme loca (más de lo que estoy), por eso me mordía los labios y juntaban las manos apretando palma contra palma para no volar en pedazos.
Pero siempre, llegaban las imágenes como en un lío de voces, parloteando todas juntas, una en particular que me insistía y me decía al oído: “Eres tú pero no eres tú”.
…Fue una mañana, otoñal, estival, invernal o primaveral, no lo sé con exactitud. Fue una mañana, no como todas mis mañanas, porque en ésa, no hubo té.
La noche anterior los ánimos habían estado bastante caldeados, y a la hora de dormir, no estuvieron las acostumbradas despedidas; Cada quien vuelto para su lado y luces fuera. Reconozco que no pegué ojo, los pensamientos me roían de una forma insoportable, estuve tentada varias veces en acurrucarme junto a ti, pero no, mi dignidad me paró en seco y esa vez no existieron las lágrimas que se cobraban en silencio. Y hasta hoy, me arrepiento de aquello, que ganas de gritar “¡Maldita dignidad, está vez no me harás caer!”, y haberte apretado contra mis carnes desnudas y sudadas (¡ya recordé!, era tiempo estival). El despertar fue aún peor, porque ya no estabas a mi lado, y supe que ese día sería un día de aquellos en los que una no quisiera estar.
Por suerte tenía libre, no era ninguna gracia ir a trabajar en esas condiciones, no lo decía por mí, era por la tranquilidad de los otros. Decidí vestirme con lo primero que pillará, total, no pretendía salir de casa en todo el día. Y me puse tu camiseta de Pixies, que tú mismo habías estampado (entre mujeres desnudas y corazoncillos infantiles se leía la frase “Hey, we´re chained!”).
Eran pasadas las diez de un perverso martes. Me ovillé junto a la ventana y así, observé, desde el piso 5 del viejo edificio, el ir y venir de las personas en su ajetreado y monótono universo citadino.
Aquellas horas de luz provenientes del Este me parecieron eternas, tú volvías de noche, y de noche estaba decidida a envolverte en pasiones y recibirte tal cual, “todo sea por la buena convivencia” me decía.
Y quizás puse mucho en ese detalle y ni cuenta me di como la tarde avanzaba hacia el crepúsculo, entre páginas y ansiedad, entre manzanas verdes y momentos callados.
“¿Por qué me haces las mismas preguntas una y otra vez? Ya te lo he dicho dos veces…” Te gustaba sacarme de quicio, y como sonreías cuando lograbas tu cometido, esa sonrisa tuya que a segundos quiero imitar pero este malestar que no sé si deba llamar tristeza, me lo impide.
Cuando caíste en mis brazos, tu peso rompió mi reloj pulsera, y ahí quedó, lo sigo usando, aunque ya no marqué ni minuto, ni recuerdos de tu voz.
Y se anunciaron las siete (hora divina) en el gato Félix reloj de pared, los ojitos iban de lado a lado y yo me impacientaba. Vestí mis piernas de jeans, me calcé unas zapatillas, uno de tus chalecos y corrí escaleras abajo hacia el portón, para ir a esperarte y apretarte, cubrirte de besos y una vez arriba darte otras cosillas. Ya ni me importaba el motivo por el cual el día anterior habíamos reñido.
Corría una brisa fresca de verano tormentoso, una brisa que golpeó suavemente sobre el algodón de tu chaleco y tu perfume salió expelido.
Tardaste 15 minutos en aparecer por la esquina de la calle de enfrente, lo supuse en cuanto oí a lo lejos tu incomparable melodía de celular: “I'm in the pone booth, it's the one  across the hall if you don't answer, I'll just ring it off the wall, I know he's therebut I just had to call, don't leave me hanging on the telephone”. Me acomodé el peinado (como se diría siúticamente) y te esperé de pie apretando mis manitas como tratando de ahogar una risa loca. ¡Ya te veía! ¡Caminabas hacia mí! Y me percaté que sujetabas un paquete envuelto en papel con diseños coloridos. Un regalo.
Sólo fue una fracción de segundo, en la que pestañeé y luego te sentí sobre mí, y tus ojos me miraban como idos, un hilo de sangre corrió de tus labios a tu cuello. El paquete fue a dar contra una muralla, el papel estaba roto, manchado, del contenido nada se adivinaba. Las personas comenzaron a rodearnos, a murmurar al tiempo que a una que otra se le escapaban sonidos de asombro. Yo, te sujetaba, arrodillada en el suelo. No sabía bien lo que pasaba, miraba hacia todos lados como buscando respuesta, que mucho más tarde traduje como ayuda.
“-¡Resiste, resiste amor!” Te gritaba entre llantos (los que demoraron en salir). Y te seguía apretando, no te quería soltar; Tú ya ni me mirabas, el suelo ahora era el centro de tu atención.
Un paramédico se agachó y trató de incorporarme, haciendo fuerzas para que te soltará y el otro te pusiera sobre la camilla. La gente miraba como siempre suele hacerlo en estos casos, pero ¡Nada, me importaba!, nada importaba que me vieran allí temblando, toda desgarbada, ensangrentada, destruida. Observé como te subían a la ambulancia, alguien me ayudó a ponerme a tu lado.
Me pareció una eternidad el camino hacia la posta. Veía tus ojitos cerrarse por momentos, tus labios entreabiertos y resecos; Labios que no fui capaz de besar (como señal de perdón) la noche anterior. Te sujetaba la mano, sentía tu piel fría, extraña textura tenía ahora.
Llegamos, pude adivinar porque abrieron aparatosamente las puertas traseras del vehículo y te sacaron en andas y yo, como pude baje.
Quise acompañarte, quise estar contigo hasta el final…Pero tú sabes como son las reglas por esos lados.
En esa madrugada, no hubo té, sólo café del carrito fuera de la posta. Miles de vasitos hirviendo, que yo sostenía esperando que el calor me llegase a la piel, y únicamente para sentir que era real, que aún estaba ahí, respirando, estando, ocupando un espacio de la calle.
Cuando me dijeron que te habías ido de mí para ya no regresar físicamente, estuve a punto de desbarrancarme y esparcirme como agua oscura por el asqueroso y transitado piso de hospital. Se me cerró todo, una burbuja me envolvió, y no oía voces, ruidos que no comprendía que querían decir.
Cuando me dijeron que tus labios ya no sentiría y que tu piel ya no ardería junto a la mía. Yo también quise irme contigo, en tu sangre derramada…
¡Oh, mi amor! No te me imaginas como se me apretó el corazón en aquellos instantes, y dolía, el aire me pasaba afanado desde la nariz a los pulmones y yo sólo quería dormir. Pero la cabeza me estallaría.
Cerré los ojos, me los froté, volví a abrirlos. Pero no, aún estaba iluminada por esa luz invasora, aún estaba parada en el medio de esa sala, sin saber que hacer, sin saber que sentir, sin saber a donde ir, a quien llamar.
Horas más tarde, por obra de alguno de los del personal, apareció tu hermana y las dos nos abrazamos y lloramos juntas, parecíamos una.
Más café, ahora en compañía. No quise verla de frente, no quise verle las manos que se las retorcía como queriendo arrancarse los dedos…Dedos, uñas, dedos.
Ya han pasado varias semanas, y aún permanezco aquí, anclada a la ventana, como esperando verte aparecer por la esquina sin regalo, no importaba, sólo quería verte aparecer. Entre suspiros e hipos se me han pasado estos días, sin salir mucho de casa, sin frecuentar a gente; Sólo tu hermana que viene dos veces a la semana a ordenar y prepararme comida. Pero en mi lamentable condición, no he sido capaz de agradecerle, sé que no lo hace por mí, sé que lo hace porque cree sentirte rondando en el departamento. Cree que te siente pero no está segura, puedo adivinarlo en sus despedidas en las que de repente se le escapan miradas asustadizas.
Apenas se va ella, apagó las luces y me tiendo sobre la cama, esperándote…Porque me lo dijiste una vez. “Cariño aún cuando estemos distanciados siempre volveré por las noches, me acurrucaré junto a ti y sabrás que soy yo. Ya conoces mi calor. Volveré por las noches, porque en una de ésas nos conocimos, y cuando fumamos el primer cigarrillo después de la primera vez en que hicimos el amor te miré y susurré en tu orejita, a la cama siempre volveré por ti, más bien, a ti, a tu piel, porque en ti quiero morir”.
Esta noche y al sonido de “Melt!” te aguardo con ansias, ya no puedo con esto, no puedo, por favor, también déjame morir en ti.

martes, 28 de noviembre de 2017

ESO QUE SE DILUYE EN EL ESPEJO...


Era un tiempo encarcelado entre estaciones, más de ocho habían pasado.
Pero el apagón de un verano atrás, me trae gratos recuerdos.
A pesar que me habías abandonado hace mes y medio, para ir a cobijarte en brazos de una afrodita, ésas que entre macho y cafeína, pululan buscando una sonrisa cargada de varios billetes. A pesar de eso, tu lugar en nuestra cama, aún se mantenía, tu ropa en el closet aún colgaba limpia. Es como si fueras a regresar en cualquier momento.
Fue la noche de un jueves, el horrible y soporífero calor de la tarde aún permanecía en el aire viciado de ese viejo departamento; A la hora en que el desperfecto ocurrió, yo me disponía acomodarme entre cojines con un buen libro y un vaso de té helado. Los primeros minutos aguardé sosteniendo Das Parfum entre mis húmedos dedos. A los 15 minutos, lancé al pobre compañero sobre el sofá (la paciencia nunca fue una virtud en mí) y fui a la cocina en busca de velas, ni por un instante se me ocurrió la genialidad de aprovisionarme de linterna y pilas. Revolviendo entre cajones encontré ese paquete de cigarrillos que se te olvido, cuando ni raudo ni perezoso, te dispusiste a salir de lo que era nuestra casa y también lo hiciste de mi vida. Tan preocupado estabas en no dejar recuerdos, que ni te despediste, ni siquiera un "chao" a secas. Como te odie ese día, y mientras se me venía esto a la memoria, estrujaba los cigarrillos envueltos en cartón. La oscuridad parecía haberme transportado al mundo de los impedidos, de los mutilados, de los tuertos.
Con lo que me había tropezado de vela, me duraría con suerte una hora. No era fácil adivinar el color de las paredes; Colgando de ellas sólo se veían negros rectángulos horizontales y verticales, y cuadrados unos grandes otros chicos, impedidos de brindar sus matices.
Por fin entre tropezón y tropezón, me instale en el ventanal, buscando la luna y la encontré enjuta; Era apenas una mueca, una burla.
En el edificio todo se mantenía callado, éramos pocos los inquilinos que quedábamos, una mujer bastante desagradable, se sitiaba un piso más abajo; Mujer con la que por otro lado nunca crucé palabra, por sus ridículas actitudes frente a cualquier comportamiento que ella considerase inmoral. Y nosotros le dábamos bastante que hablar...
¡Dos horas!, dos horas y nada. De la vela ya ni mecha existía. Al parecer tendría que irme a dormir y ver abortados mis planes  con Süskind. Me encaminaba al dormitorio y pasando por el baño mire de soslayo el espejo de cuerpo entero que se apoyaba en una de las paredes. Una luz, instante seguido todo se diluyó, como esa niebla de puerto.
Y al fondo, bien al fondo, te divisé abrazándola, besándola con una pasión orgásmica. Esa noche llegaste a casa, pero yo ya sabía todo; Por eso, luego de tu opípara cena preparada con tanto amor y veneno para ratas, esperé a que estuvieses atontado, para darte en esa cabeza. Luego del primer golpecito, noté que querías pedir auxilio, pero tus gritos ya no tenían cabida, no la tenían... ¿Con qué boca, con qué cuerdas vocales, con qué cabeza? Si había destrozado TODO de un fierrazo.
Te guarde a dormir al fondo del armario junto a cajas con recuerdos. El olor pronto comenzó a salir, pero yo ya me estaba acostumbrando a ese perfume. Creo que por eso se han largado los vecinos.
El espejo se cerró, las imágenes se diluyeron y sólo se reflejaba una figura extraña que luego supe que era yo. Pero detrás estabas tú, mirándome desde el colgajo que en vida era tu ojo izquierdo, y entre jirones y sangre seca me di cuenta que venías a buscar.
- Esto querías, tenerme siempre para ti, pero yo no subsistir entre luz y sombras...Tú, sí. Desde el momento que me mataste, de ti se desvaneció toda luz. Donde te llevó hay mucha sombra y eso va contigo-. Dicho esto me agarró del brazo lo torció hacia atrás, hasta que de dolor me desmayé. Y ahora me veo en este y sólo soy un torso, pudriéndose junto a ti, al fondo del armario, junto a la caja de recuerdos.

LOS JUEVES



Los jueves, y su incomparable desnudez que hacía más inocente esos días, los envolvían el silencio y la calma de cuatro, ocho o dieciséis paredes. Cada una con sus historias que llegaban a mí, entre gemidos y risas ebrias.
No es que fuera como Bates y me excitará aquello, pero tras cada grito, tras cada risotada, existía en mí la necesidad de hurgar más aún en las sensaciones que se tenían por momentos, era algo inevitable para bordar vidas con hilos de realidad.
Adivinaba formas fuera de mi puerta, con las manos apretadas deteniendo la despedida, prolongando el encuentro. Yo una vez también estuve así; Una vez, hace mucho. Ahora me dedicó a esto los días Jueves, a investigar amores mal apagados, de una noche, ocultos, prohibidos. Las pasiones son bellas en tanto permanezcan inconfesables y malditas.
Tacones y andares pesados, en cuánto oía eso me tiraba boca abajo sobre la cama y aspiraba los aromas atrapados entre las sábanas gastadas, extraía los perfumes del bosque; Flores y leña. Me sobajeaba contra esos paños deslavados como tratando de meterme sus miles de historias por los poros.
Los jueves sólo tenía mediodía para perderme en esos rituales, hasta la semana siguiente. Guardé mi libreta en el bolsillo del delantal, cambié las sábanas, limpié el baño de aquella habitación, sobre todo el espejo, con los espejos el jefe siempre insistía en que debían estar cristalinos como el agua. Último rastreo visual, todo en orden, cerré la puerta y con paso agigantado me fui deshacerme del horroroso uniforme y ponerme mi disfraz de gente.
Caminó a casa, pensaba en como se llamaría el libro, en caso de que escribiera uno a partir de las experiencias de otros en el motelucho de mala muerte en el que trabajaba. "Los Jueves", simplemente "Los Jueves", porque ese era el día de mi turno.

viernes, 24 de noviembre de 2017

LAS SINFONÍAS


Fue exactamente a las 10 y treinta de la mañana con sol, en que la metieron al cuarto blanco y torturador, envuelta en telas y un horroroso vestido de dormir que antes habría usado alguien más.
Se activaron maquinarias y poco a poco se le sumió en la letárgica fantasía que duraría horas. Horas de un tiempo muerto para ella.
Apenas un sueño logró soñar, o fueron dos o tres, pero estos se le antojaban nébulas entumecidas, y le vinieron a la nariz los fieles olores de eucalipto mojado tras los meses hibernos. Incluso la voz del amante que la llamaba a susurros desgastadores entre mares, edificios y gente que no sabe de pasiones lejanas. Hay minutos que pasaron blancos, sin nada que exaltar. Y de la nada, le apareció la imagen de nenúfares, como los de Monet. Celestes, húmedos, flotando en el agua. A los pocos minutos ya estaba en un campo de trigo. En los siguientes, veía a las bailarinas de Degas moviéndose en la escena. Mezcló imaginariamente los colores en la paleta. El amarillo de cadmio con el azul ultramar daba bien. mientras el rosa, mezcla de blanco y rojo púrpura, sería perfecto para la combinación que pretendía alcanzar.
Durante esas largas divagaciones de su subconsciente, no llegaron sonidos tan extraños como el que casi a punto de estallido le deja sorda. Un pitido horriblemente extenso, cortaba el aire como cuchillos ensangrentados; Como si las gotas salpicasen y manchará todo lo que entre silencio y matiz había construido momentos antes. A lo lejos el amante la seguía llamando, cada vez se le oía más desesperado. Oscuridad, de momento a otro, todo se torno ciego. Avanzaba tanteando pedregosas murallas, al final se encontró con un claro, salió hacia él, vi árboles, un río... ¿Un bosque?
Fue el peor error del que siempre se arrepiente. El amante la llamaba en la insistente lejanía, pero ella debía explorar. Se quedó parada en medio de verdes y ocres, se desvanecía, entre el aire sus brazos comenzaban a diluirse. A pesar de no tener ya piernas, se sostenía en lo alto. El pitido continuaba...Segundos bastaron para que la infernal melodía enmudeciera.
Fue exactamente al mediodía de ese día con sol, en que cubrieron su rostro, y fue conducida por los largos y fríos pasillos a la morgue del hospital.
Le habían dicho que era una simple intervención en el cerebro, ni siquiera habría que cortar. Pero, se fue en medio de toda la carnicería e inútiles esfuerzos por revivirla.

jueves, 23 de noviembre de 2017

EL AMOR SE ENVUELVE CON LA NAVIDAD



Cada año le regalaba algo verdaderamente suyo, que le viniera del alma. Cada año ella esperaba con ansias el obsequio. Pero el último año fue distinto, ella lloró de la emoción. Hasta ese momento no comprendía que cada regalo hecho por él era una especie de rompecabezas.
Al descubrir esa mañana la cabeza de su amado a los pies del árbol (ya que ésta se había desprendido desde las paredes internas de la chimenea y rodado por la alfombra) la tomó entre sus manos y la llevó hasta el dormitorio y a fuerza de martillazos y clavos completo el puzle, el que colgaba en la pared al fondo del armario.
Hace años, atrás el amante aún con vida se le había ocurrido la idea de ir desnudo y sólo con el gorrito del clásico Papa Noel, bajando por la chimenea y darle una sorpresa a su mujer, pero tan mala suerte tuvo que quedó atascado; Ella no se preocupo, ya se lo imaginaba con otra, tantas veces infiel le había sido que no le sorprendía su partida. Pero al ir descubriendo partes de su cuerpo cada año, le pareció un lindo gesto que él a modo de recuerdo le dejaba, así, entregándose de a poco para luego estar completamente para ella.

lunes, 20 de noviembre de 2017

CREPÚSCULO DE MARZO (CUENTO MUERTO)


Estas costuras, no entienden de remiendos, de espacios y soledad, tampoco entienden de distancias o de medias verdades que se saben a escondidas; No cuentan horas en un ronroneo de la que no quiere alejarse, pero la voluntad es entregarse y el riesgo está permitido, sienten el tacto de lo no sospechado, ese roce imperfecto que me abandonaba en esta realidad que me consume, tan quieta, mirando un horizonte que me es indiferente, como si de el pestañear de mariposas silvestres se tratase.

En el silencio de mi coraza, vuelvo a repetirme y a girarme sobre un pasado tan presente que se me hizo costumbre. Desde los segmentos de mis ir sin volver, ya era el momento de recorrer siluetas, de saberse entera, de comprenderse desde el comienzo como una función sin fundamento, como con un argumento en donde esconderse. En la fugacidad de unos labios que desaparecían en los límites de lo que no es y del saber que me estoy intentando dentro de este colapso, y que mis dedos se sacien del ansia de los días de templanza. Donde las ganas de ofender y molestar no se me conviertan en zumbidos que revolotean constantes y que sea inevitablemente insoportable la tentación de soltarme, excusarme y salir corriendo. Que ni la arena, ni el aire ni las sintonías de cada hora, sean despechos no cumplidos de esas sábanas en que jugaban contrastes a desquiciarse y revolverme continuamente las letras que tiraba sobre la mesa, las que caían en cualquier lugar menos en el que correspondía. El odio se me pudría de expectativas y me volvía sombras y ese momento ya no era el mío, tan exhausto de recuerdos, el silencio parecía acariciarme la mejilla con la tenue luz que surgía de sus palabras, me escupía en esa debilidad escondida y me desgranaba sobre una hoja en blanco; Y un corazón henchido buscaba en mí y en mi pasado, algo que me devolviera aquellas emociones, que me ahogará en el inconformismo, que me arrastrará a la inquietud de esa soledad del saberme triste y el consolarme miles de veces frente al espejo, cuestionándome si debía olvidarme en un despertar o embestir esta furia en las noches que me quemaban desde dentro.
Son mis vidas profanadas las que equivoco, corrijo y perdono; Estas casualidades, aquellos recorridos indecentes, esos sinsentidos extraviados. Todas las cosas que dejo atrás, que se acumulen, se entiendan y den significado a lo que no soy capaz. Ellas me huyen con sus ojos, no necesitan verme más de la cuenta, me descubrirán y sabrán lo que soy en realidad…Un pétalo del inframundo, que asesina hadas en nombre de la lujuria y la locura que se estancan en lo profundo de este rojo que pronto derramará sobre mi vientre, los últimos versos ya escritos en muerte.

EL DOLOR IMPOSIBLE



Un avión zumbó en lo alto del cielo, mi grito se ahogo en el vacío. El viento me golpeaba con furia, tanto que haría perder mi equilibrio desde el borde del acantilado. Pero aún así, me aferraba con fuerza a esa mano que me sostenía sin sostener, observé esos ojos acuosos que me miraban desde un universo que yo no entendería…Ojos perdidos en un segundo de algún buen recuerdo.
Y así seguí observándola, con el  vestido que se le pegoteaba a ese escuálido cuerpo que muchas veces fue mío, con el cabello sucio ondeando y cubriéndole gran parte de la cara;  Quería gritarle, pedirle que no me dejará caer, pero ya no tenía la capacidad de escucharme. Yo,  para ella había mutado en algo que ni siquiera alcanzaba para la sombra de un fantasma…Entonces supe que ya no significaba nada para la enajenada criatura.
La noche anterior no vislumbre acto fuera de lo común en ninguno de sus movimientos, es más, hablamos como de costumbre, a pesar del daño que me provocaba desde hace algún tiempo. Ahora que recuerdo, quizás hubo una frase que influyo en el hecho que esta mañana, despertará atada de pies y manos, sobre una sucia y raída frazada en el suelo de mi habitación. Sólo un par de palabras que nunca hasta ese minuto me atreví a espetarle en su extraño rostro deformado por la locura.
Ahora, ya en desesperación total, luchando entre aspavientos porque de su mano ya me deslizaba como arena, solté una lágrima, la última que me permitiría delante de ella.  Abajo, el mar me reclamaba a gritos salados, a esas alturas mi cabeza se encontraba pesada y caliente, el verano se había posado con fuerza sobre mí; En ese momento fue que sus ojos se entornaron hacia la que sujetaba, sentí miedo, su rostro, se volvió más viejo, cansado y silencioso. Tartamudeó palabras mentirosas, no pude distinguir cuales eran, pero sé que mentían.
Segundos antes de despedirse y lanzarme al mar me miró fijo y pronunció con gutural voz:
-…también me es imposible vivir contigo, pero me gusta tu mundo y no lo quiero dejar, eras tú o yo, desde hoy te suelto, eres libre, vuela, aléjate y tortura a otro.-
Y así fue que cayendo sobre una roca sentí mi último dolor, al partirme la parte posterior del rostro; Y así fue que me dejó con palabras a medio bordar:
“¿Qué puedes hacer, cómo puedes ser más cruel, cuál será la diferencia ahora? ¿Qué me dirás para que entienda tu miseria? Nada acerca de lo que me hagas pensar me hará sucumbir ante ti. Tanta vanidad, tanto odio, tanto de ti...Ya no soporto nada, nada de ti.
Empújame mil veces quieras, yo te seguiré empujando otras dos mil, así estaremos en este juego eterno con las manos entrelazadas a ver quien cae primero.”
Y así fue, que desde aquí sigo observando como en el borde del acantilado dos personas juegan a ser balancín…Y así fue que desaparecí como las golondrinas.

EL REGRESO


Se abandonó en otras tierras, para quebrar ese silencio, rechazó varios cuerpos, para vencer el temor; Y allá, acariciarle el alma y abrazarla en sueños.
Anestesiado por el amor de antaño, lanzó medias verdades al viento, y éste en respuesta le devolvió un soplido de hielo que lo congelo por segundos; Pero aún así, no abandonó la batalla, como un rayo tomó sus colores y la pasión entregada se le volvió ardid.
Entonces se le pinceló la mirada y sonrisa en dulce silencio, se marchó pero no en paz, se llevó consigo, un dolor que el tiempo ya curaría, y en su subconsciente maltrecho unas sombras le aprisionaron y quisieron hacerlo eterno.

Así anduvo sin rumbo, ni luz que fuera fuente de su sosiego. Y una buena tarde se detuvo y a lo lejos recordó aquellos versos del alma, a la expresión entregada como fragancias de tiempo…Y la flor volvió abrirse para él.

LA MEMORIA EMPEDRADA


Al fin descansaría en paz su alma atormentada por el recuerdo de quien tanto odió… y amó.
Fue testigo como la enfermedad la consumía en esta tortuosa existencia día a día, sintió finalmente su sufrimiento concluir cuando ella perdió la consciencia…Los días continuaron como copos de nieve mecidos por la fría brisa que va cubriendo paulatinamente las pequeñas y perdidas huellas femeninas las que se encaminaban al sepulcro junto al océano.
Cierta noche en que soñaba con ese rostro pálido, ese entrañable gesto y la tibieza de esa voz, despertó de improviso y se encontró envuelto entre gélidos brazos...Seis meses de delirio en soledad, escuchando susurrar su propio nombre en cada soplo de aire,en cada ola de mar.
El corazón parecía latirle con más vida, ahora que se sumergía en las eternas pupilas enamoradas, el ansiado beso pútrido lo arrastró ventanal abajo, rumbo al acantilado.
Claro, él primero la amó, al desposarla, y ya saberse rico y luego la odió por sentirse atado de por vida a esa mujer. Ella siempre lo recordaría desde el momento en que puso veneno en su comida y la dejó marchitarse, invisible al dolor que la retorcía por las noches, sordo a los gritos de auxilio. En ese preciso momento, ella le esbozó una sonrisa vacía y aterradora, dándole a entender que venía a buscarlo directo del paraíso, pero era un paraíso diferente al anhelado, allí no aguardaban vírgenes sino furibundas almas víctimas de la inmolación, ávidas de perpetua venganza.

viernes, 17 de noviembre de 2017

ERA EL TIEMPO DE LA AUSENCIA...


Hace tiempo una constante náusea le carcomía las entrañas y el insomnio se le antojaba como sus últimos momentos, ésos en los que vería pasar toda su vida en imágenes saliendo disparadas del pequeño baúl que guardaba en su cabeza. Supónganse ¿cuántos segundos tiene una noche y cuántos se contienen en tres seguidas?

Aún puede adivinar la enjuta figura esbozada junto a su ventana, con ese cabello que se acompasaba trágicamente por la brisa marina. Y así, transcurrían todas esas madrugadas muertas y traviesas, esperando que la luna se adormeciera junto a las estrellas, para dar paso al sol tiñendo el horizonte de color cítrico.
Todo se había desencadenado a mediados de la primavera y ya pasado varios días desde el comunicado; Fue entonces que decidió morir en cuatro despedidas o seis, dependiendo del caso. Junto a esos segundos de tintes apocalípticos, el aire la atrapó con ese olor metálico y rojo que se difuminaba en la indiferencia de un cuerpo sin color. Ya ni sus uñas podían escarbar más en ese pecho que se gangrenaba en una pena muda, ni su voz definir lo que ya estaba partiendo.
Sus eternas compañeras, ahora apenas audibles, insistían con vehemencia sobre el hedor de su desgracia, mientras ella se iba entre puñales invisibles. Y como deseaba concederles la oportunidad de descargar su ira sobre lo que era en esos momentos, en lo que se había convertido; Y no era fantasma, sino un gélido personaje huyendo de su propio final.
Así, los días se volvieron eternos olvidados, donde su eco monstruoso como resurrección amarga y carmesí, brotaba desde el último peldaño de esa estancia rancia y ciega que en profundo silencio camuflaba gritos internos. Así, también, fue formándose la costra, por esas mil palabras viscerales que cansadas se negaron a fluir desde su corazón; Y ese dolor encerrado se doblegaba ante el aliento de esas voces poco audibles.
En ese agónico transcurrir, cierta tarde un ardor la atravesó como alma de demonio, y se detuvo en el rincón donde durmió hasta el anochecer.
A ella un salvaje estremecimiento le recorrió la espalda, y sus manos se apretujaron mutuamente contra su pecho.
“No tengas miedo sólo estamos cayendo”. Justo en ese momento, algo simulo moverse en la oscuridad y aquello derribó todo pensamiento de soledad. Adivino en la penumbra unos ojos que reflejados, inundaban todo con efímera tristeza como el más cruel de los olvidos. “Yo antes era otra…” le dijo voz ajena en aquel abismo silencioso…Y desde esa noche le fue imposible dormir por esa sombra del rincón que no dejaba de mirarla.
“¡La muerte descarnada!” se decía; “…Que quiere colarse hasta mis huesos y acuchillarlos sin piedad” concluía en un latido petrificado, cada vez que la incertidumbre del ya no tener sueños se convertía en momentos de desesperación. Pero todo se desmoronó imperceptiblemente tras la expulsión de aquel potente grito cual mil voces comprimidas en un solo timbre, y ya esas pupilas, que fijas la miraban desde el rincón ahora se posaron sobre el cristal de su ventana. Sí, era definitivo, el momento había llegado.
Las voces enmudecieron por el desolador frío que reinaba en aquella mortecina tarde, y un anhelo se refugió en el oscuro designio que las obligaba a reconocerse.
“¿Me acompañas?...Duele” pronunció voz ajena sin siquiera voltear sus ojos hacia ella. No sabía si dolía, ya que ahora era sólo un borrón ante el espejo encanecido, que albergaba un compendio de emociones originadas en el tiempo de la ausencia, donde se maullaban historias de sombras tristes que huían, desde y de ella; Y corrían enloquecidas hacia una claridad absurda que intentaba ahorcarse a ratos con los jirones del personaje atrapado en ese horizonte desnudo.
Y allí, a la hora señalada fue cuando por fin se le escucho arañando su duelo, vaciando la costra de esos grandes ojos anónimos que no atrevieron a acercarse, orque dolía, destrozaba ver como borraban su mundo de juegos, donde se acunaba noche tras día y era cubierto por abrigos distantes. Segundo siguiente aquella piel fue diluida con recuerdos rojos.
Ya era de comprender, que Nadie les regalaría dos mañanas seguidas, ni tampoco Nadie les forjaría sonrisas a las tantas de la madrugada.
“¿A quién dueles, ahora?” Se preguntaron entre sí, entrelazando sus dedos para sentir mutuamente esa frialdad marmórea de la carne. Una de las dos debió haber caído a los pies de la otra, y no fue así, ya que asemejaban luciérnagas perdidas en ese todo de un ambiente suspendido, donde los minutos se agolpaban deseosos por resbalar y romper lo que desde un principio estuvo destinado a penetrar en el infinito como pedazos blancos y azules, a perderse en las pupilas de la que quiso y ya no fue.

miércoles, 15 de noviembre de 2017

¿DÓNDE ESTÁ LO QUE NO QUIERES ENCONTRAR?


Y allí estaba, extendiéndome su mano para que observara la masa que latía en ella. Me toqué el lado izquierdo del pecho, comprobando que había un hueco.
-…E-e- eso es mío-  Tartamudee con ojos acuosos.
- Ya no, recuerda me obsequiaste un pedazo por cada uno de mis consejos…-
-… ¡Eso no te da derecho!
-¡¿No me da derecho?! Yo sólo estipule el precio, tú acordaste la forma de pagar ¿Qué cosas eran importantes para ti? Ya ni lo recuerdas – Me sonrió maliciosamente, desapareciendo bajo la cama.
A partir de ese entonces, caminar por la calle me resultaba toda una pesadilla, no fuera cosa que me tropezará con alguien que supiera “el secreto”; Por lo que decidí no salir en un buen tiempo. Era invierno y el frío me adormecía junto con esa sensación, con el recuerdo que tenía de ella, donde una parte de mi misma me seguía sosteniendo en esa ilusión, que luego dejo de ser necesaria.
El día que Ella y yo nos conocimos, empecé a perder mucho más que la paciencia. Al principio me pareció una compañía agradable, hasta “tierna”  si podría decirse de alguna forma; Entonces comencé a alimentarla, a fabricarle sueños especiales, emociones incomparables. Al cabo de unos meses comprendí que ya le había dado bastante de mí, porque ya se veía más que definida.
Cierta mañana desperté con el ruido de uñas rascando una superficie, y ahí estaba Ella bajo la cama, y al tiempo que rasguñaba el suelo, mordisqueando uno de mis zapatos, luego me miró sonriéndome de su forma particularmente horrida.
- No sabes quien soy y no te lo diré. Pero hazte la idea que esto será para largo…- Me soltó entre risotadas, yo no esperé y le respondí:
-¡Y tú, hazte la idea que en cuanto encuentre la manera, te mandaré lejos!...- Ella me sonrió, siempre sonreía ¿no sabría hacer otra cosa?.
Así el tiempo fue pasando desde despertarse y encontrar mis zapatos mordidos hasta ver el papel mural cayendo en gajos sobre los muebles, mientras los vecinos golpeaban la puerta, amenazando a gritos con echarla abajo.
-…Vienen por ti, saben lo que hiciste –Me repetía Ella una y otra vez.
-¡Déjame en paz! –
…Llevaba dos semanas encerrada en su departamento; Dos semanas golpeando, gritando y destruyendo cosas. Ninguno de los vecinos entendía nada, trataron de visitarla varias veces pero ella no les abrió. Algunos llegaron a temerle. Los más osados una lluviosa tarde lograron entrar a fuerza de patadas y los que vieron les dejo perplejos.
Una escuálida mujer, semidesnuda, sucia, con quemaduras y heridas corto punzantes, estaba agachada mirando debajo de la cama y sonreía. El hedor del ambiente era insoportable, la maltrecha mujer apenas sintió la presencia de intrusos comenzó a lanzarles cosas.
Cuando pudieron reducirla entre varios, llegaron los de la ambulancia,  la sedaron y sujetaron a la camilla, ya pudo ser sacada de ese basural. Mientras se alejaban, ella observó de reojo lo que era su casa, al tiempo que repetía:
-…Si tú eres yo y yo soy de ti ¿Quién eres tú y qué soy yo? -

NACIDA DEL ESPECTRO Y LA CARNE



Cada día se la hacía más eterno que el anterior, suponiéndose de muchas maneras pero en cualquier lugar fuera de este mundo; Dónde ella se veía a sí misma, parada bajo un portal de flores secas. Un portal que se abría al paso de su propia canción, casi un himno de ecos.
Se sumergía casi condescendiente, en su cuerpo desnudo, lívido y casi sin gracia, y flotaba en ese mar de estrellas que se destrozaba con cada roce de su perfecto y malvado aislamiento.
Se figuraba en una tristeza, en esa criatura engañosa que a veces se disfraza de consuelo, un falso apaciguamiento que imaginaba debía sentir por dentro, como la loca de las noches lluviosas con ojos que no reflejaban belleza, sino la grotesca visión de un ser al que le habían cortado sus alas, aquellas con las que alguna vez volaría a la irrealidad del frío plateado, a ese que hechiza, a ese que está en cualquier lugar fuera de este mundo.
Se vislumbraba de 5.000 formas oscuras, todas avanzando esperanzadoramente sobre una razón sin razón; Se escribía y describía en torno a su lápida caída y gastada por los siglos, como un sin fin de crujidos ecuánimes; Y sospechaba que aquel helado viento del norte le arañaría su cara, que simulaba un manto de inacción, que simulaba un amor monstruoso e inmortal, algo que reinaba en las desgracias de sus recuerdos infantiles.
Se atribuía esas guerras que renacían del perdón de los pecados y se engarfiaba en amaneceres misteriosos y sin recompensas.
Se suponía en lo hondo de la habitación, en el fondo del espejo, reventada de droga antes de la medianoche, con el caótico estupor de los ya idos, no de esta existencia torturante sino de esta realidad que aliena todos los sentidos.
Se presumía como siempre, con una terrorífica quietud de enfermedad y muerte, de sueños con olor a piel, como sabiendo que todo lo que los años destruye puede ser recuperado.
Se atribuyó en un crematorio en donde desaparecerían sus huellas y lo infinito no cesaba aunque enmudeciera y se pintará de colores estentóreos.
...Y al fin se definió como el frío, hecho del tiempo y la distancia, del miedo y la tristeza; Se definió como la hoja del jardín recién parida, como un reflejo distante de este mundo, como si el arroparse de sombra por las tardes, no significará ya, un reto para ese veneno pérfido que hervía dentro de ella.