I
Y esta historia comienza
con el simple hecho que era una criatura, y la criatura creció...
Pero a las criaturas no
se les trata de esa manera.
Me llamaba Evelina, nunca
conocí a mis padres, me contaban que éstos habían muerto en un accidente. Desde
niña fui tímida, no tenía amigos en donde vivía y siempre me veían jugar sola.
Había
algo en mi carácter que asustaba a ciertas personas, quizás mi forma de mirar,
mejor dicho de observar y analizar las cosas que me rodeaban. Esto a mí no parecía
importarme mucho, a pesar de todo, siempre se me veía feliz. Pero cierto día
esa felicidad mutó a tristeza, de la noche a la mañana fui otra.
Con
mi mirada vacía, sin brillo y perdida. Tenía 10 años, pero parecía de 60.
Y nunca, ninguna de las
personas que me conocían, supieron la verdad. No creo que se dieran por
enterados, no creo que haya habido tal confabulación aberrante, por así
decirlo.
Todo comenzó un otoño,
los primeros días en que aún quedan hojas verdes pendiendo de las ramas. Creo
que esa vez también fue la llegada de mi otoño.
Yo sólo recuerdo, esas
manos fuertes que me ahogaban, yo sólo recuerdo la luz pasando de a pedazos entre las roídas tablas
del techo, y unos cuántos bichitos alados volando a mi alrededor. Creo que el
dolor desapareció a la media hora, pero aún el alimento de los caballos estaba
húmedo y rojo. Me levante como pude, tambaleándome, y con unas horribles ganas
de vomitar. A lo lejos se lo divisaba, cargando cajas a una camioneta
destartalada. Y entre mis lágrimas pude observar como sonreía el muy maldito.
Pero no le basto con eso,
días más tarde volvió a hacerme observar bichitos alados y la luz de a pedazos.
Y así sucesivamente por unas semanas. Luego llegaron los golpes, con cualquier
cosa que tuviera a la mano, mi piel ya no era mi piel, y en esos momentos yo
prefería desprenderme de mi cuerpo, y volar junto con los bichitos para que
ellos me mostrarán su hogar.
En las noches cuando
estaba segura que aquel ser roncaba, yo corría campo adentro y me perdía entre
sembradíos y animales durmiendo, y lloraba, lloraba lo más fuerte que podía.
Muchas veces me quedé dormida acurrucada al lado del ganado. Al día siguiente
esa pena que me invadía por momentos, desaparecía, pero el cansancio llegaba en
su máxima expresión.
Una vez me atreví en
decirle: "¡Basta, ya no, me duele!, y ya no recuerdo nada más, creo que me
golpeó tan fuerte que dormí por horas, porque al despertar tenía el vestido
pegoteado a las piernas.
Yo era la encargada de
cocinar, por lo que tenía muchos cuchillos a mi disposición. Guarde uno entre
mis ropas por si en cualquier momento lo necesitará. Y así fue, esa noche, y a
la edad de 14 años, me convertí en una asesina.
"¡Ya no podrás
tocarme!" le gritaba enajenada, mientras lo apuñalaba una y otra vez en la
cara, y me detuve cuando ya de él, quedó una masa sanguinolenta e
irreconocible. Le solté el cuchillo en pleno pecho, esbocé mi sonrisa y me
largué de ese lugar para ya no regresar.
II
Caminé por días, sin ver
un alma, pero respiraba de lo más tranquila, y hasta cantaba. No recordaba que
supiera cantar.
Aún no llegaban las
lluvias, a mí me acomodaba, porque no tenía lugar seguro donde resguardarme en
caso de que eso ocurriera.
Y aquella fue la tarde,
en que todo cambió, la tarde en que supe como se sentía un abrazo suave y
cálido, yo que sólo conocía de apretones, patadas y los horribles gemidos con
aliento a cerveza.
Esa tarde conocí a Blas,
chiquillo con alma de loco, pero a sus 17 años todo lo que me dio fue dulzura
tras dulzura. Pasaron semanas en las que sólo necesitábamos el uno del otro,
pasamos por varios pueblos, conocimos a mucha gente, algunas muy hospitalarias,
otras no tanto; Pero eso no nos importaba, lo único importante en ese momento
era que nos teníamos.
Pero la forma en que
Blas me quería era muy distinta a mi
forma de quererlo a él. Una noche, bebió demasiado, yo también estaba bebida,
pero él perdió los estribos. Y todo comenzó porque no quise besarlo, se volvió
una fiera y me gritó cuánta cosa le vino a la cabeza: "¡Eres una simple y
tonta ramera, nunca debí recogerte del suelo de esa carretera, pero en ese
entonces no eras una basura!. Yo, inmutable, sólo escuchaba hasta que llegó el
golpe de puños en plena cara, caí de espaldas,
cubriéndome la mejilla sangrante traté de gatear al otro extremo de la
habitación pero Blas me alcanzó, me levantó del pelo y me tiró contra la pared,
alcancé a ver como se preparaba para sacarse el cinturón con esa hebilla tan
pesada que tenía. "Me va a matar" me dije, cerrando los ojos y lista
para lo que viniera, pero ya tantos golpes y cosas peores recibidas en el
pasado no hicieron que en mí aflorará el miedo. Sólo estaba impaciente y quería
que todo aquello terminara ya.
Se encontraba a pocos
pasos de mí, cuando me miró directo a los ojos y me gritó en plena cara que me
largará que ya no estaba dispuesto a cargar con una chiquilla necia como yo.
Agarré mis pocas cosas
que estaban esparcidas por el suelo y no paré de correr hasta que no supe donde
estaba. me desplomé y caí de rodillas sobre la hierba húmeda, y lloré, creo que
era lo único que sabía hacer en momentos así, llorar. Y mis lágrimas no eran
por ese amor profesado por el tal Blas, lloraba por mi estupidez. El maldito de
mi niñez y Blas no significaban nada para mí, diré que lamentablemente gracias
a ellos aprendí a no aferrarme a nadie, si se me veía feliz, era sólo por el
momento, ya que tenía muy claro que todo tiene que terminar.
III
Y aquí, en esta parte de
la historia, me detengo un momento para despedirme, ya que después me será muy
difícil.
Yo no sé cómo ni dónde me
encontró, en que condiciones estaría que me deje arrastrar. Sólo sé que cuando
pude darme cuenta estaba desnuda y amarrada a un viejo catre, en una asquerosa
habitación con olor a musgo. Amarrada pero no amordazada, pude gritar pero fue
inútil nadie escuchó, nadie. Y de repente lo vi acercarse por la puerta
blandiendo un delgado cuchillo en su mano enguantada, me removí tratando de
soltar amarras, pero fue imposible. Se acercaba mostrándome los dientes
amarillos, surcando arrugas bajo esos ojos negros, y los pocos cabellos canos
se agitaron con una leve brisa que se coló por la pared.
- No temas, no sufrirás
mucho, esto será rápido... - Miles de imágenes salieron disparadas de un baúl
que estaba dentro de mi cabeza, tras una puerta con el letrero: Memoria.
Blanco y negro, pocas en
sepia, siempre escuché que los recuerdos en sepia son los bellos.
Sentí algo frío hundirse
en mi abdomen y luego seguir en dirección hacia arriba, y adivine que me estaba
abriendo de lado a lado, un líquido tibio corrió por mis costillas y fue
absorbido por los mugrientos trapos en los que me había depositado.
Sentí que me iba, que
tenía sueño, y no podía soportarlo, sentí que me iba, que me estaba yendo y descendía
poco a poco. Me fui en un sueño, lo más hermoso que me había pasado hasta el
momento.
Me encontraron a las 2
semanas después rodeada de moscas, y gusanos comiéndose mi carne que comenzaba
a podrirse. Y me tiraron a un hoyo en la tierra sin ninguna pista de quien fui.
Olvidada llegué y
olvidada me fui.
Y desde aquí les conté mi
historia. Ya han pasado años y aún creo que tengo esa capacidad de desprenderme
y volar.