Casi siempre la palabra salía pero a veces
se negaba.
Pero esa noche a la luz de la luna, y con
sus ojos de plata, sonrió con labios ensangrentados mostrando los dientes; Y
ella, asustada, horriblemente asustada, lo siguió contemplando con lágrimas
rodándole por las mejillas afiebradas, preguntándose una y otra vez si aquel
que contemplaba era el mismo que noches anteriores sintiera entre sus piernas,
escuchándolo decir "TE AMO"; Si aquel que oscilaba frente a ella, y
que parecía un cadáver vuelto de la tumba con sus facciones convertidas en una
helada máscara de brujo que representaba el odio y el asesinato, si aquel, aún
la recordaba de las tardes de otoño y del calor de verano.
Pero no, no fue así, él la tomo por el pelo
y le acercó la cara roja y llorosa a la suya, el olor metálico de la sangre
podía olerse a centímetros, la atravesó con esa mirada perversa y siguió
sonriéndole con hórrida camaradería.
-...Basta ya... ¡Déjame! Él la soltó, ella
cayó sentada sobre la tierra húmeda y se apresuró en escapar trepando a fuerza
de uñas. Él no la seguía, permaneció de pie observando entretenidamente como
aquella mujer, cubierta de barro, descalza y echa un desastre corría a
tropezones y se alejaba entre los árboles.
"¿Quién...quién es ese idiota que se
cree muy hombre?" se preguntaba ella, mientras huía entre hierbas y ramas
secas. Ya casi sin aliento y con los pies heridos, giró la cabeza para
cerciorarse si él la seguía pero en ese micro-segundo chocó contra algo y cayó
de espaldas... ¡Los zapatos, los zapatos! ¡Era él! "¡No otra vez, Dios, no
otra vez!"...
Retrocedía con codos y talones, pero él se
le abalanzó y en un susurro le dijo al oído: "No huyas de mí querida, tu
jamás, es mi siempre" y le ahogó la respuesta con un beso repleto de
sangre.
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