Lo que turbaba no era el silencio, eran esos ojos que le miraban como posesos de tristeza, desde el otro extremo de la habitación, lo que le atormentaba era esa piel que se fundía a la blanca sábana tendida minutos antes.
Acurrucada
criatura, que se pegaba contra la pared, con las uñas enterradas en las
mejillas y el pelo pegoteado de sudor. La tenue luz que lograba entrar a través
de las carcomidas tablas de la ventana, iluminaba la soledad en su estado más
puro, destacando toda la pasión que en horas transcurridas de ese día, fue
único motivo por el que la había hecho acudir a la cita.
Y ella
había llegado puntual, reluciente en su vestido de domingo, y su sonrisa de
santurrona. Habían quedado en que ese sería su último encuentro, ya no daba
para más.
Él, noches
dándole vueltas y vueltas a tan ansiada velada, ella, desesperada para que
llegará tan dichoso día y así deshacerse por fin del parásito ése.
“Y ahora
muestra los dientes en esa maldita y fingida sonrisa de puta arrepentida”, se
dijo él para sus adentros mientras la tomaba por la cintura.
Ella se
dejó llevar hasta la cama, más bien lanzar sobre el desorden de mantas. Tiró
del lazo que sujetaba la parte superior del vulgar vestido, y dejó al
descubierto el sostén de encaje. Él se apresuró en descalzarse de las botas y
deshacerse de sus pantalones.
Ya no
quería "amor", quería venganza. Se lo podría hacer como a una puta
barata que encontró en una esquina hace meses atrás, y a cambió de unos cuantos
billetes, tuvo ese orgasmo que necesitaba.
Ella sonrió
sin siquiera pensar lo que le esperaba, pero pudo adivinarlo en cuanto ese
bulto de carne malparido se le tiró encima con sus 73 kilos y comenzó a
estrangularla, ella hacía ruidos sordos e ininteligibles que él tradujo como
palabras de auxilio.
Mientras
más sentía ese cuello en sus manos, más próximo al éxtasis estaba. Pero no
extinguió esa vida de bicho rastrero que tenía entre sus dedos. Ella lo golpeó
en el pecho y deshaciéndose en toses logró bajar de la cama y arrastrarse hasta
la puerta, pero cuando quiso abrirla, con horror notó que no había pomo del
cual girar; Entonces se arrinconó contra una esquina de la habitación, tosiendo
y agarrándose el cuello. Él se acercaba lento pero seguro hacia ella, descalzo
con el pene erecto y una sonrisa sádica de oreja a oreja.
Ella giró
la cabeza desesperadamente varias veces tratando de encontrar una salida.
Pero él ya
se encontraba casi rozándola, se agachó y le apretó la mandíbula como queriendo
forzar la mueca de un beso. Ella lloraba ruidosamente, la agarró del brazo
tirándola hacia él, la mujer miró de reojo y se percató que la erección había
desaparecido y que ahora ese miembro colgaba fofo entre las piernas peludas.
- ¡No era
por ti, perra, no era por ti!- Le contestó él descifrando esa mirada.
Al final y
después de tanto jaleo logró atarla a las patas de la cama, con una cuerda que
había recogido en la playa y pensada enfermamente especial para estos casos.
En las
muñecas de ella, hilos de sangre comenzaban a correr, el vulgar vestido a
flores lilas y fondo blanco lo tenía pegado de sudor al cuerpo.
- ¡Deja de
llorar, puta, no soportó tus chillidos!- Le gritó lanzándole una patada de
talón en las costillas, ella se encogió y tosió.
Al parecer ella se desmayó por unos minutos
porque cuando volvió en sí, él se encontraba mirándola con un destornillador en
la mano. Y de ahí, no recuerda más…Sólo que a los tres días después la
encontraron amarrada de pies y manos al viejo catre y con sus ojos mirando al
vacío, perdidos como buscando respuesta…Respuesta, que nunca llegó.
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