lunes, 11 de diciembre de 2017

LA ESPERA


- A pesar del hecho que sabemos que es culpable, ¿quiere añadir algo?. El hombre suspiro y con la mirada perdida, respondió:
- Ocurrió en tiempo de invierno con la lluvia mojándonos el rostro y también los corazones; El viento soplaba tan fuerte que consigo arrastraba el olor a muerte de las tierras vecinas. Y así llego ella, justo cuando yo, me dejaba caer por el peso de la gravedad como hoja seca, y así llegó a las habitaciones de mi memoria, con sus 13 años pero en sus ojos brillaba el encanto de una mujer que aún no se desbordaba de aquel frágil cuerpo. Me gustaba verla sonreír ante las maravillas que iba descubriendo, me encantaba como sus cabellos se agitaban en negros rizos y que por su piel de melaza resbalarán las gotas de aquel nefasto tiempo.
Me gustaba observarla desnuda, cerca del río, sumergiéndose en las cálidas corrientes, o recogiendo hojas y cortando flores, según lo dispusiese el clima.
Mariluz, ese era su nombre. No tenía amigos, era lo que llamábamos  “un ser solitario”, por lo que nunca se la veíamos en el pueblo departiendo con demás chiquillos.
Cierto día, yo, que había quedado prendido de su belleza natural, me decidí a actuar, a demostrarle algo de todo mi sentir acumulado. De regalarle esas miradas escondidas que le lanzaba cuando la veía pasar, de soltarle en un beso todas aquellas palabras que de mi pecho quisieron pero no deberían emerger.
Y ahí me ví, parado frente a ella, los dos, sin ningún testigo que pudiera dar fe de mis buenas intenciones. La tomé del brazo y la acerqué a mí, y se lo juró señor juez, lo único que hice en ese momento fue depositarle un simple y breve roce labios, ni siquiera intente recorrerla con mis manos sudorosas. Yo, un hombre de 37 años, lleno de pecados y aún así, temblaba ante ella como un chiquillo enamorado de 15. Ella era mi niña, mi santa secreta, la de los labios dulces quién algún día me miraría también con pasión. Por eso no quería hacerle daño, yo la verdad, esperaba que creciera  para que también se enamorará de mí….¡Pero, eso no ocurrió! Muchas estaciones y acontecimientos pasaron, que en ella fueron opacando la chispa de la cual yo me había emborrachado, por así decirlo.
Cuando quise cobrarle el beso que en su infancia le había regalado, me miró con perversidad, me tomó de la mano y me arrastró a un mugriento cuarto de hotel y ahí me dio todo y cuanto más soñé en su instante; Pero no lo disfrute. Su mirada era otra, su voz de ángel ahora se convertían en  jadeos y gritos horribles de soportar, hasta su piel tenía otro olor…Olor a vacío, a un ser que está en esta realidad porque tiene que estar.
No aguante más y la empuje a un lado, contra la pared, acto seguido me levanté y la ahorqué con todas mis fuerzas, con todo mi odio ahogue ese último grito de prostituta cruel. (Segundos en que el hombre calló, se dejaron oír por lo bajo susurros y expresiones de asombro).
Las que vinieron aunque las abordé en la edad exacta de mi querida Mariluz, nunca pudieron reemplazarla. Yo la amaba cuando ella tenía 13, no debía, pero uno no manda en su corazón…
- Y… ¿Dónde enterró a esa mujer, Mariluz? – el juez no salía de su estupor - ¿En el mismo lugar donde escondió los 8 cadáveres de esas pobres niñas de 12 años?

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