Entre
mucho verano y otoño se fue disipando la danza del ángel, cada vez menos
rítmica y posesa.
¿Es
que quizás las alas del bienaventurado aún pendían del sueño inacabado? o Tal
vez, sus ojos nunca se despegaron de la estampita aquélla, a la que por tiempo
le rogaba porque la realidad no lo devorará.
Con
el viento bajo sus flancos, transita en estos corredores de los cuáles
prisionero cree hallarse. "Si no rompes los cristales de esta galería, la
luz nunca entrará", le recomiendan voces provenientes desde los más
oscuros y desconocidos rincones de la muralla, allí donde la medrosa arañita
teje su red.
Y
observa los árboles desnudos, desprovistos de verde, de las hojas del jardín
que ya cayeron y murieron en el suelo, ésas las que no alcanzó a tocar, ni a
sentir su perfume de savia.
Observa
el cielo, tan lejano, tan gris, unos avechuchos decorándolo como pintitas por
aquí y por allá, y hasta cree adivinar el viento frío.
A
sus ojos llegan evocaciones de labios y piel, también llegan letras que forman
esa palabra que pensaba haber olvidado: "Por Siempre".
Y
entonces se recuerda sobre mares y hierbas, enredando sus plumosos brazos en
risas, en seres que se hacían llamar "hombres y mujeres".
Fue
desterrado por ellos, no lo ha olvidado, muy grabado permanece aún en el fondo
de su mente. Podría ser un esperpento con aspecto venerable, podría ser
"la pobreza del alma" como lo indicaban algunos con el dedo. Todo
podría serlo, pero enronquecido de tanta obscenidad llevaría su lema, gritaría
su sangre, mataría si fuera posible a incautos y perezosos, ésos que argentean
entre estupidez y eternidad cargando jóvenes cabezas listas para el consumo,
Atravesaría
los cristales de la galería, sólo por regresar más atractivo, perverso e
indeseable, sólo por clavar sus uñas en esa sociedad larvaria, tan mecanizada y
tan perra que un día le rechazó a pesar de sus virtudes, que todos llamaban
desvirtudes. Pero que sólo la criatura y su creador, el señor Rojo, sabían la
pureza que irradiaba, invisible a ojos estúpidamente cegados por el humo de la
irrealidad a la que estaban acostumbrados, como malditos borregos.
Ya
lo verían, triunfar en lo alto, mientras ellos se revolcaban entre sangre y
jirones de carne chamuscada por sus propios miedos...
¡Ya
lo verían!
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