sábado, 16 de diciembre de 2017

DEVORADOR DE MUNDOS




Entre mucho verano y otoño se fue disipando la danza del ángel, cada vez menos rítmica y posesa.
¿Es que quizás las alas del bienaventurado aún pendían del sueño inacabado? o Tal vez, sus ojos nunca se despegaron de la estampita aquélla, a la que por tiempo le rogaba porque la realidad no lo devorará.
Con el viento bajo sus flancos, transita en estos corredores de los cuáles prisionero cree hallarse. "Si no rompes los cristales de esta galería, la luz nunca entrará", le recomiendan voces provenientes desde los más oscuros y desconocidos rincones de la muralla, allí donde la medrosa arañita teje su red.
Y observa los árboles desnudos, desprovistos de verde, de las hojas del jardín que ya cayeron y murieron en el suelo, ésas las que no alcanzó a tocar, ni a sentir su perfume de savia.
Observa el cielo, tan lejano, tan gris, unos avechuchos decorándolo como pintitas por aquí y por allá, y hasta cree adivinar el viento frío.
A sus ojos llegan evocaciones de labios y piel, también llegan letras que forman esa palabra que pensaba haber olvidado: "Por Siempre".
Y entonces se recuerda sobre mares y hierbas, enredando sus plumosos brazos en risas, en seres que se hacían llamar "hombres y mujeres".
Fue desterrado por ellos, no lo ha olvidado, muy grabado permanece aún en el fondo de su mente. Podría ser un esperpento con aspecto venerable, podría ser "la pobreza del alma" como lo indicaban algunos con el dedo. Todo podría serlo, pero enronquecido de tanta obscenidad llevaría su lema, gritaría su sangre, mataría si fuera posible a incautos y perezosos, ésos que argentean entre estupidez y eternidad cargando jóvenes cabezas listas para el consumo,
Atravesaría los cristales de la galería, sólo por regresar más atractivo, perverso e indeseable, sólo por clavar sus uñas en esa sociedad larvaria, tan mecanizada y tan perra que un día le rechazó a pesar de sus virtudes, que todos llamaban desvirtudes. Pero que sólo la criatura y su creador, el señor Rojo, sabían la pureza que irradiaba, invisible a ojos estúpidamente cegados por el humo de la irrealidad a la que estaban acostumbrados, como malditos borregos.
Ya lo verían, triunfar en lo alto, mientras ellos se revolcaban entre sangre y jirones de carne chamuscada por sus propios miedos...
¡Ya lo verían!

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