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A pesar del hecho que sabemos que es culpable, ¿quiere añadir algo?. El hombre
suspiro y con la mirada perdida, respondió:
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Ocurrió en tiempo de invierno con la lluvia mojándonos el rostro y también los
corazones; El viento soplaba tan fuerte que consigo arrastraba el olor a muerte
de las tierras vecinas. Y así llego ella, justo cuando yo, me dejaba caer por
el peso de la gravedad como hoja seca, y así llegó a las habitaciones de mi
memoria, con sus 13 años pero en sus ojos brillaba el encanto de una mujer que
aún no se desbordaba de aquel frágil cuerpo. Me gustaba verla sonreír ante las
maravillas que iba descubriendo, me encantaba como sus cabellos se agitaban en
negros rizos y que por su piel de melaza resbalarán las gotas de aquel nefasto
tiempo.
Me
gustaba observarla desnuda, cerca del río, sumergiéndose en las cálidas
corrientes, o recogiendo hojas y cortando flores, según lo dispusiese el clima.
Mariluz,
ese era su nombre. No tenía amigos, era lo que llamábamos “un ser solitario”, por lo que nunca se la
veíamos en el pueblo departiendo con demás chiquillos.
Cierto
día, yo, que había quedado prendido de su belleza natural, me decidí a actuar,
a demostrarle algo de todo mi sentir acumulado. De regalarle esas miradas
escondidas que le lanzaba cuando la veía pasar, de soltarle en un beso todas
aquellas palabras que de mi pecho quisieron pero no deberían emerger.
Y
ahí me ví, parado frente a ella, los dos, sin ningún testigo que pudiera dar fe
de mis buenas intenciones. La tomé del brazo y la acerqué a mí, y se lo juró
señor juez, lo único que hice en ese momento fue depositarle un simple y breve
roce labios, ni siquiera intente recorrerla con mis manos sudorosas. Yo, un
hombre de 37 años, lleno de pecados y aún así, temblaba ante ella como un
chiquillo enamorado de 15. Ella era mi niña, mi santa secreta, la de los labios
dulces quién algún día me miraría también con pasión. Por eso no quería hacerle
daño, yo la verdad, esperaba que creciera
para que también se enamorará de mí….¡Pero, eso no ocurrió! Muchas
estaciones y acontecimientos pasaron, que en ella fueron opacando la chispa de la cual
yo me había emborrachado, por así decirlo.
Cuando
quise cobrarle el beso que en su infancia le había regalado, me miró con
perversidad, me tomó de la mano y me arrastró a un mugriento cuarto de hotel y
ahí me dio todo y cuanto más soñé en su instante; Pero no lo disfrute. Su
mirada era otra, su voz de ángel ahora se convertían en jadeos y gritos horribles de soportar, hasta
su piel tenía otro olor…Olor a vacío, a un ser que está en esta realidad porque
tiene que estar.
No
aguante más y la empuje a un lado, contra la pared, acto seguido me levanté y
la ahorqué con todas mis fuerzas, con todo mi odio ahogue ese último grito de
prostituta cruel. (Segundos en que el hombre calló, se dejaron oír por lo bajo
susurros y expresiones de asombro).
Las
que vinieron aunque las abordé en la edad exacta de mi querida Mariluz, nunca
pudieron reemplazarla. Yo la amaba cuando ella tenía 13, no debía, pero uno no
manda en su corazón…
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Y… ¿Dónde enterró a esa mujer, Mariluz? – el juez no salía de su estupor - ¿En
el mismo lugar donde escondió los 8 cadáveres de esas pobres niñas de 12 años?